Para nadie es un secreto que la incierta carrera hacia la Casa Blanca entre Donald Trump y Joseph Biden es el principal foco de atención a nivel mundial. Pero este pulso postelectoral que tiene en vilo al mundo es incapaz de ocultar los movimientos que se están dando silenciosamente en el sistema internacional, sus nudos geopolíticos y estratégicos y cómo podrían definir lo que nos depara este próximo 2021.
Toda vez, la pandemia sigue ocupando la atención de los principales actores globales. Mientras en EE.UU. aumentan exponencialmente los contagios y Europa vive un segundo brote del virus que obliga a reinstaurar restricciones, aparece la “guerra de vacunas” cuya principal dimensión se verá en el 2021.
El anuncio de la vacuna de la farmacéutica Pfizer, la cual alega un 90% de eficiencia, corre paralelo a los intentos de la vacuna rusa Sputnik V, que también anuncia una abrumadora eficacia de un 92%. Propaganda aparte, la OMS ya advierte de la necesidad de que un 70% de la población mundial “deberá vacunarse para garantizar el fin de la pandemia”.
El corazón del poder occidental
Pero volvamos a la carrera por la Casa Blanca. Trump se atrinchera en la presidencia mientras anuncia, aún sin pruebas contundentes, un fraude electoral que sigue generando dudas y tensión.
Por su parte, Biden, proclamado virtual ganador, intenta avanzar una transición post-Trump en la Casa Blanca, pero aún a la espera de que se declare un ganador oficial. El fantasma de la elección de 2000 entre Bush hijo y Gore se repite ahora en 2020, pero con una dimensión mucho más dramática e incierta.
Precisamente, el secretario de Estado de la Administración Trump, Mike Pompeo, ya anunció una “transición tranquila” pero no a favor de Biden sino hacia un segundo mandato de Trump. Toda vez, el polémico mandatario estadounidense destituyó esta semana a su secretario de Defensa, Mark Esper, el cuarto que ocupa ese cargo durante su mandato. Esta decisión podría interpretarse como una especie de purga interna con vistas a asegurar la posibilidad de una segunda etapa presidencial.
Por otro lado, pareciera que demócratas y republicanos estuvieran ensayando una especie de “aggiornamento” o re-equilibrio de poder en Washington. Los republicanos avanzan en el control del Senado y recuperan puestos en un Congreso dominado por los demócratas.
A falta de saber quién ocupará la Casa Blanca, el establishment al que tanto ha vilipendiado Trump busca opacar su legado, un “trumpismo” que no parece tener los días contados. La presencia de Marjorie Taylor Greene, conocida “trumpista” que acaba de ganar un puesto en el Congreso, refuerza la perspectiva de que Trump ha dejado importante semilla política de cara al futuro.
Una fecha clave está marcada en el calendario: el 14 de diciembre se reúnen los Colegios Electorales para definir al próximo presidente. Será una especie de veredicto que determine si Trump sigue en el poder o si Biden guía la transición “post-Trump”.
En juego está ganar el corazón del poder de la principal potencia occidental y la incidencia geopolítica que esto tendrá. Pero la polarización se ha radicalizado en un país en el cual ya incluso se observan milicias civiles fuertemente ideologizadas, en particular la izquierda radical de movimientos “antifascistas” y antisistémicos, y otros de talante “trumpista” y antisocialistas. La estabilidad social e institucional se ve fragilizada y desafiada dentro de este pulso postelectoral.
Mientras los votos de Pennsylvania le hacían ganador virtual, Biden hablaba de impulsar una reconciliación que precisamente Trump intenta condicionar a través de una polarización incesante, y que gana adeptos con las incesantes teorías de conspiración y de presunto fraude electoral esgrimidas por el mandatario estadounidense.
Es posible que el contexto 2020 determine la posibilidad de iniciar un debate sobre la reforma del sistema electoral, donde los votos del Colegio Electoral predominan sobre los votos populares. Dependerá del grado de consensos institucionales y del desarrollo de una nueva cultura política y cívica dentro de la población estadounidense, con la finalidad de que eventualmente busque evitar una situación de elevado riesgo como han sido estas elecciones.
Eurasia agita la escena
Si bien la atención global está pendiente del desenlace electoral en EE.UU., la geopolítica sigue imponiendo sus ritmos. Y, en este sentido, el eje euroasiático trazado por el presidente ruso Vladimir Putin sigue dando pasos clave, siempre observando con igual atención la evolución de China, la segunda potencia económica mundial.
Un ejemplo ha sido el reciente acuerdo de paz propiciado por Rusia en el complicado rompecabezas caucásico determinado ahora por el conflicto en la región de Nagorno Karabaj. Este acuerdo confecciona un nuevo equilibrio de poder en el Cáucaso Sur, donde Turquía, aliado de Putin, saca importantes ganancias, en particular por su apoyo a Azerbaiján, un histórico aliado turco, sobre Armenia, su tradicional enemigo histórico.
La pax ruso-turca en Nagorno Karabaj, que puede colateralmente provocar la caída del primer ministro armenio Nikol Pashinyan, azotado por protestas populares ante el malestar por la sensación de derrota militar armenia contra Azerbaiján, permitirá a Putin retomar el control no sólo del espacio caucásico sino también observando su alcance hacia la franja occidental en torno a Bielorrusia, donde las protestas contra su aliado Lukashenko se han ralentizado.
Ya entrando en el terreno de la indefinición postelectoral en EE.UU., es llamativo que Rusia, Turquía, China, Brasil e incluso el México de López Obrador aún no hayan reconocido la virtual victoria de Biden y, más bien, prefieran esperar por “resultados oficiales” para emitir su definitivo reconocimiento.
Putin sabe que un retorno demócrata a la Casa Blanca podría bloquear la operación CITGO, además de profundizar una especie de visión “antirrusa” en Washington. De allí su prudencia a la hora de no pronunciarse ante la proclamación de Biden como ganador.
El desafío chino
Por otro lado, la tradicional prudencia china se hace igualmente de manifiesto ante las elecciones estadounidenses. Previo a estos comicios corrían informaciones de todo tipo, muchas de ellas posibles fake news, sobre presuntas relaciones del equipo de Biden con el Partido Comunista chino.
Para muchos, especialmente los “trumpistas”, Biden estaría en la agenda de intereses de China, el principal enemigo de Trump. A esto hay que agregarle las tensiones entre China y Taiwán que se registran desde septiembre pasado. Como se sabe, Trump ha apostado fuertemente por Taiwán, provocando el obvio malestar que obstaculiza las relaciones sino-estadounidenses.
Mientras Trump va presentando por cuentagotas presuntas pruebas del fraude electoral a favor de Biden, su jefe de campaña, Lin Wood, acusó directamente al Partido Comunista chino de presuntamente estar detrás del software Dominion que fue utilizado en estas elecciones estadounidenses, y que habría supuestamente alterado los resultados a favor de Biden en algunos estados clave.
Pero Beijing también recoge el guante lanzado por el entorno de Trump. En este maremagnum de acontecimientos y declaraciones, brilla una por su especial importancia geopolítica. Esta semana, en una inédita declaración, el Partido Comunista chino afirmó que, en cuanto al control y gestión de la pandemia del COVID 19, “lo hemos hecho mejor que las democracias occidentales”.
Esta declaración ejerce un notable nivel de persuasión hacia Occidente, que se juega su futuro geopolítico ante el avance chino precisamente con el foco en estas elecciones estadounidenses. Con 234.000 muertos, EE.UU. es el país con mayor número de víctimas mortales producidas por el coronavirus. Por su parte, Europa vive actualmente un rebrote de contagios que obliga a restituir las restricciones, con el costo socioeconómico pertinente.
Por ello, China sabe que, al sacar pecho sobre su aparente eficacia en la gestión del coronoavirus, lo que está provocando es un choque de modelos en dirección hacia Occidente, con la intención de debilitarlo. Según el mensaje de Beijing, lo que funciona en las crisis es un régimen autoritario por encima de las democracias liberales, demasiado pendientes de los equilibrios de poderes y de la rendición de cuentas.
Venezuela
El eje euroasiático de Putin también observa con atención el contexto venezolano. Rusia y Turquía son importantes aliados del régimen de Nicolás Maduro, en particular con interés en las explotaciones energéticas y mineras en Venezuela.
Una fecha está marcada en el calendario del Kremlin: el próximo 6 de diciembre, cuando Maduro intente propiciar el control de la Asamblea Nacional vía elecciones no reconocidas por la mayor parte de la comunidad internacional.
El control del período legislativo en Venezuela para el período 2021-2026 es esencial para Putin, porque le permitiría concentrar su atención en un foco de interés: la posible venta de CITGO a Rosneft, operación paralizada desde que en 2016, la oposición dominó la Asamblea Nacional.
Mientras la pax ruso-turca se impone en el Cáucaso Sur, Maduro refuerza su alianza estratégica con Irán, a través del anuncio de la compra de misiles y el surtido energético de combustible iraní. Como se sabe, Teherán es un hábil negociador, con experiencia a la hora de sortear las sanciones internacionales. Por ello, asesora al régimen “madurista” en este apartado, contando obviamente con el aval ruso y la benevolencia turca.
Toda vez, en cuanto a las elecciones estadounidenses, el presidente interino Juan Guaidó se apresuró al felicitar y reconocer la victoria electoral de Biden, haciendo un llamamiento sobre el “compromiso bilateral institucional” en EE.UU. para la resolución de la crisis venezolana hacia la transición post-Maduro.
Pero con el contexto de reconteo de votos y las denuncias de Trump de presunto fraude, la posición de Guaidó en Washington al apresurarse a reconocer a Biden podría complicarse en caso de que Trump, su principal valedor, logre salir eventualmente airoso.
Por otro lado, la salida de Leopoldo López de Venezuela y su establecimiento en España podría procrear otro escenario: la posibilidad de conformarse una especie de gobierno venezolano en el exilio, con epicentro en Madrid pero también en Washington y Bogotá, las otras dos grandes sedes del exilio político venezolano.
La izquierda busca recuperar espacios
A esto hay que observar el reciente regreso al poder del MAS en Bolivia, que también coincide con el retorno de Evo Morales al país andino. Con nuevo presidente en La Paz, es posible advertir el advenimiento de una etapa con un MAS “post-Evo”, pero reforzando el posible regreso de opciones izquierdistas en la región.
En estos escenarios surgen Chile, con el abrumador triunfo para reformar la Constitución heredera del “pinochetismo”, la crisis política peruana que llevó a la destitución del presidente Martín Vizcarra, y las opciones ante las elecciones presidenciales de Ecuador previstas para 2021, donde un “correísmo” sin Correa espera volver al ruedo político.
En la asunción presidencial del boliviano Luis Mesa, a la que por cierto no fue invitado Maduro, estuvo presente el polémico vicepresidente español Pablo Iglesias. Aún capea en el ambiente el escándalo vía PODEMOS en Bolivia a través de un think tank, Neurona, que también tiene conexiones en México, y estaría manejado por Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores de PODEMOS y conocido “chavista”.
Al llegar a Bolivia, Iglesias y Zapatero impulsaron un manifiesto internacional “En defensa de la democracia” contra lo que consideran el “golpismo de la ultraderecha”. Este manifiesto también lo suscribieron líderes internacionales de izquierdas como el griego Alexis Tsipras, el presidente argentino Alberto Fernández, Evo Morales, Dilma Rousseff, Rafael Correa y Gustavo Petro, entre otros.
Curiosamente, Iglesias, como socio de Pedro Sánchez en La Moncloa, ha defendido en España la politización del poder judicial vía reforma (actualmente paralizado), el apoyo a una nueva versión de la “ley mordaza” chavista, a través de la responsabilidad social en el área comunicativa, y la supresión del idioma castellano como lengua oficial y vehicular en el Estado español, a través de la recién impulsada “Ley Celaá”, que lleva el nombre de la ministra de Educación española.
Pero es de suponer que este manifiesto, con el sello de ZP e Iglesias, tenga incidencia en los asuntos hemisféricos, particularmente a través del eje político continental que Zapatero intenta establecer vía Grupo de Puebla como nueva manifestación del Foro de São Paulo.
Una estrategia que también observa con atención qué es lo que pasará en la laberíntica carrera hacia la Casa Blanca. ZP y las fuerzas de izquierdas latinoamericanas y europeas apoyan a Biden, de quien esperan logre enterrar las sanciones “trumpistas” contra Maduro y el régimen castrista en Cuba. Trump apuesta por todo lo contrario: reforzar esas sanciones hasta propiciar cambio de régimen en Caracas y La Habana. Otro ejemplo más que explica por qué el mundo depende de lo que pase entre Trump y Biden.
Al llegar a Bolivia, Iglesias y Zapatero impulsaron un manifiesto internacional “En defensa de la democracia” contra lo que consideran el “golpismo de la ultraderecha”. Este manifiesto también lo suscribieron líderes internacionales de izquierdas como el griego Alexis Tsipras, el presidente argentino Alberto Fernández, Evo Morales, Dilma Rousseff, Rafael Correa y Gustavo Petro, entre otros.
ResponderBorrar