La frase es de Fernando Signorini, quien acompañó a Diego Armando Maradona durante toda su carrera profesional, tanto como jugador como entrenador, y se convirtió en su gran confidente. La muerte del astro argentino conmocionó al mundo. Ni siquiera quienes usualmente son ajenos a la pelota, incluso despreciándola, dejaron de poner su granito de arena en la discusión que desató la partida del argentino.
El cuerpo del ídolo argentino dijo no más a sus sesenta años. Un paro cardíaco luego de una operación cerebral hace un par de semanas. Demasiados años, la verdad, para el maltrato al que fue sometido. Una vida polémica, irresponsable y en modo alguno ejemplar. Porque cuando se trata de ejemplo, hay que remontarse a lo que significaba en la Antigua Grecia ser un atleta. “Mente, cuerpo y espíritu”. Sí, que el cuerpo había que entrenarlo, moldearlo, pero un atleta era, ante todo, un tipo integral, ejemplo para la sociedad. El deporte, desde entonces, es sinónimo de hermandad, de superación, de disciplina, de trabajo en equipo. Maradona no fue nada de eso. Genio con una pelota, detestable sin ella. Una estrella de rock de esas que mueren a los 27.
¿Con qué nos quedamos? ¿Podemos separar al genio de la persona? ¿Es Maradona el Picasso del fútbol? Particularmente, prefiero a los atletas estoicos sobre las estrellas de rock. Zidane, Nadal, Federer, Schumacher sobre Ronaldinho, Djokovic o Hamilton, por nombrar algunos. La chulería no va conmigo, pero eso no quiere decir que no les reconozca sus habilidades fuera de este mundo. “El Pelusa” era una belleza con la pelota en los pies. El “barrilete cósmico” atravesando la cancha, dejando sentados, una tras otro, a los ingleses, es una escena simplemente legendaria. Pero, en ese mismo partido, el mismo Diego de la varita mágica hizo poco antes una trampa histórica: la famosa Mano de Dios que terminó dándole el título a Argentina. Maradona en esencia pura, capaz de lo mejor y de lo peor. D10S, sí, pero también el Diablo. ¿Es ese el ethos de un atleta?
Tampoco podemos negar que esa falta de ethos es lo que lo conecta con muchos. Es el pillo que gambetea, contra viento y marea, para salir de abajo. El héroe del populacho, la lucha del pueblo contra la élite, el enano que reivindicó a los barrios pobres argentinos, que son la mayoría. Por eso lo lloran tanto los gauchos. Y también por eso se desgarran por él los napolitanos, quienes vieron al Diego comandar la lucha contra el poderío económico del norte, contra ese Milan de Sacchi que aplastaba. Otra vez, el norte versus el sur, el pobre versus el rico. Ese endiosamiento descentró a un tipo que era un genio con una pelota, pero que poco cultivó la mente y el espíritu. Y, en consecuencia, el cuerpo terminó apagándose entre el alcohol y la cocaína.
“¿Sabes qué jugador hubiera sido yo si no hubiera tomado cocaína? ¡Qué jugador nos perdimos!”, llegó a decir Maradona en un mea culpa. Y qué persona. Ahora, cada vez que recordemos a Diego, aparte de los lujos con el balón también tendremos en la retina sus abrazos con dictadores, su retirada de la cancha en el Mundial de 1994 por drogadicto, su convulsionada vida personal y sus shows públicos. No se le puede partir en dos. Lo que no se le puede negar es que fue una estrella de rock, y los viejos rockeros nunca mueren.
“¿Sabes qué jugador hubiera sido yo si no hubiera tomado cocaína? ¡Qué jugador nos perdimos!”, llegó a decir Maradona en un mea culpa. Y qué persona. Ahora, cada vez que recordemos a Diego, aparte de los lujos con el balón también tendremos en la retina sus abrazos con dictadores, su retirada de la cancha en el Mundial de 1994 por drogadicto, su convulsionada vida personal y sus shows públicos. No se le puede partir en dos. Lo que no se le puede negar es que fue una estrella de rock, y los viejos rockeros nunca mueren.
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