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Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

sábado, 31 de octubre de 2020

Pandemia o democracia. Por Mookie Tenembaum

Sólo China, entre los países más grandes, logró controlar un virus que usa las libertades democráticas para reproducirse
Un portador de coronavirus tiene una serie de derechos inalienables compatibles con contagiar ese patógeno a millones. (Archivo)

Hace casi dos siglos la mayor amenaza para las democracias era un fantasma que recorría Europa. En la era de la inteligencia artificial es un virus que —como un terrorífico espectro— deja a los más democráticos preguntándose qué grado de autoritarismo conviene implementar.

China es violador sistemáticos de libertades y derechos humanos, pero logró controlar el virus con una combinación de autoritarismo salvaje, tecnología, ciencia y —mal que nos pese a quienes amamos la libertad— sentido común.

Así, el patógeno desconoce las líneas imaginarias que llamamos fronteras pero encuentra distintas políticas de salud al cruzarlas. Cualquiera va caminando de México a Estados Unidos o de Rusia a China; la diferencia en el resultado epidemiológico no es esa línea ficticia, sino qué políticas hay en la otra jurisdicción. Si ese individuo cruza a un país donde no hay miedos y hay libertades, este es libre de contagiar a quien se le dé la gana.

Vivimos en un mundo que logró vencer al miedo a casi todo, incluyendo el fin de la vida. Alcanza recordar que la vejez —y su consecuente muerte— se discutía como algo curable antes de la pandemia. El máximo terror estaba “vencido” y el mundo estaba preocupado por derechos de presentes y futuras generaciones.

La democracia muere de COVID-19

Un portador de coronavirus tiene una serie de derechos inalienables compatibles con contagiar ese patógeno a millones.

Por lo tanto, mientras que el proceso democrático quita la relevancia de lo individual y crea la ilusión de una colectividad armónica e intencionada, la pandemia pone a cada persona en el centro: alcanza con un único irresponsable para comenzar un foco infeccioso para millones.

El resultado de la paradoja para la democracia es que el sistema funciona con la eliminación del miedo, la expansión de derechos y la creencia en lo grupal. La expansión de la pandemia se apoya exactamente en esos tres puntos para continuar su paso de muerte.

El virus apareció y se controló en China, un país con un gobierno nominalmente comunista y auténticamente despiadado en el control de su gente.

Para cada decisión de política sanitaria este gobierno tiene asegurado el cumplimiento total, ya que sólo con la mayoría no alcanza. Así, la lógica de la democracia sucumbe ante un virus que sobrevive con sólo un huésped en el planeta.

Esto desnuda una realidad difícil de admitir. Es probable que no haya una vacuna por mucho tiempo y es posible que nunca llegue. Mientras haya pandemia las democracias se deben resignar a sufrirla o abandonar el sistema.

Un futuro dudoso para la libertad

El coronavirus impuso una crisis económica generalizada y catastrófica que, de no encontrar una salida rápida, va a ver más radicalización hasta entre los votantes más civilizados. Nadie quiere ser menos rico y no se puede castigar en las urnas a este patógeno invisible, por ende las consecuencias caerán sobre líderes sin herramientas para frenar el inexorable avance de la enfermedad.

Así, las sociedades más abiertas hoy enfrentan en distintos puntos del planeta la opción entre girar al autoritarismo o dejar que el coronavirus contagie a todos.

Las opciones que la pandemia plantea son ambas indeseables. Es momento que se hable abiertamente sobre los problemas reales que enfrentan las democracias ante el asedio de un fantasma.


 Mookie Tenembaum, filósofo y analista internacional, autor de «Desilusionismo», ed. Planeta.

https://panampost.com/ 

1 comentario:

  1. El coronavirus impuso una crisis económica generalizada y catastrófica que, de no encontrar una salida rápida, va a ver más radicalización hasta entre los votantes más civilizados. Nadie quiere ser menos rico y no se puede castigar en las urnas a este patógeno invisible, por ende las consecuencias caerán sobre líderes sin herramientas para frenar el inexorable avance de la enfermedad.

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