Trump apunta a Maduro por la “vía israelí”  

 Los históricos acuerdos del mundo árabe con Israel son la última carta geopolítica de Trump contra Maduro y sus aliados.

Sin ser estrictamente una prioridad estratégica de primer orden, Venezuela está en el epicentro de todos los pulsos geopolíticos del poder mundial que vienen realizándose en los últimos meses entre Trump y Putin. El equilibrio de alianzas por ambas partes es significativo en este sentido.

Este 15 de septiembre ha sido revelador sobre cómo se está rediseñando el tablero global. Mientras Putin sellaba su pacto condicional con el bielorruso Lukashenko, en la Casa Blanca Donald Trump asistía a un histórico momento: la normalización de relaciones diplomáticas entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, a través del denominado “Acuerdo de Abraham”.

Todo indica que el artífice de estos acuerdos es el yerno de Trump y su asesor en Oriente Próximo, Jared Kurshner. De origen judío, Kurshner fue el impulsor del viraje de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, reconociéndola así como la capital histórica de Israel.

“Hoy nace un nuevo Oriente Próximo”, exclamó un exhultante Trump durante el acuerdo de la Casa Blanca. Sus palabras son reveladoras sobre los planes estratégicos que se están manejando desde Oriente Próximo y el espacio euroasiático hasta América Latina, con epicentro en Venezuela.

Adiós a la “Doctrina Obama

Este acuerdo histórico, similar al suscrito en Camp David en 1979 entre Israel y Egipto y en Oslo en 1993 con Jordania y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), confirma el nuevo tablero geopolítico en Oriente Próximo, con Tel Aviv ganando posiciones y disminuyendo su aislamiento gracias a la política exterior de Trump.

Con ello, Trump sepulta la “Doctrina Obama” de abrir relaciones con Irán y de secundar la causa palestina, todo ello en vísperas del proceso electoral presidencial estadounidense de noviembre próximo. Y este final súbito de la “Doctrina Obama” apunta claramente a su contrincante electoral, el demócrata Joseph Biden, cuyas expectativas por resucitar el “obamismo” en política exterior se ven ahora contrariadas.

Del mismo modo, el candidato republicano busca con este pacto garantizar el voto irrestricto del influyente lobby judío de cara a las elecciones presidenciales estadounidenses.

Incluso si Trump perdiese esas elecciones, su eventual sucesor en la Casa Blanca, Biden, se encontraría en una compleja situación con Israel ganando espacios en Oriente Próximo, lo cual le obligaría a mantener esa política o intentar modificarla, con las consecuencias geopolíticas que esto traería.

El triunfo israelí

Con el “Acuerdo de Abraham”, Israel ha alcanzado un histórico triunfo. Emiratos Árabes Unidos y Bahrein se suman a Egipto, Jordania y Turquía como los Estados de la región en reconocer la legitimidad del Estado de Israel y en normalizar sus relaciones.

Debe igualmente agregarse que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) también reconoció la legitimidad del Estado israelí tras los “Acuerdos de Oslo” de 1993. No obstante, la ANP no es una entidad estatal reconocida como miembro pleno de la ONU, siendo ésta la principal demanda histórica de los palestinos. Precisamente, estos recientes reconocimientos del mundo árabe a Israel dejan la causa palestina prácticamente sepultada, con escaso margen de maniobra más allá de las alianzas regionales vía Irán, Turquía y algunos movimientos islamistas como Hizbulá. Tras los acuerdos de la Casa Blanca de este 15 de septiembre, la ANP condenó tajantemente esta normalización de relaciones con Israel.

El acuerdo entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein ha sacudido los cimientos de la geopolítica en Oriente Próximo. Precisamente, Turquía e Irán, dos naciones que no son étnicamente árabes, han sido los más reaccionarios y opuestos a esta normalización de relaciones del mundo árabe con Israel.

Si bien era previsible en el caso iraní, enemigo geopolítico regional de Israel y de EE.UU., el caso turco es más significativo, ya que la República de Turquía fue la primera nación de mayoría musulmana en reconocer a Israel en 1949. Durante la “guerra fría” (1947-1991), las relaciones turco-israelíes han sido normales e incluso coincidentes. Pero la “semiruptura” se ha evidenciado en los últimos años, con la llegada al poder en Ankara del islamista Recep Tayyip Erdogan desde 2003.

Erdogan, que ansía reeditar una política “neotomana” en Oriente Próximo, se ha alejado de la tradicional orientación prooccidental e israelí de la política exterior turca para acercarse al eje euroasiático que traza Putin precisamente con Turquía e Irán en escenarios volátiles como Siria. Pero Erdogan, que se ha acercado a Maduro en los últimos años, se encuentra actualmente en una compleja posición, con crecientes tensiones con la vecina Grecia, histórico rival turco, por esferas de influencia en el Mediterráneo.

Grecia y Turquía son miembros de la OTAN, pero el viraje turco hacia el eje euroasiático de Putin ha generado fuertes fricciones tanto en Washington como en la OTAN. De hecho, EE.UU. sopesa dejar su base aérea militar en la localidad turca de Incirlik, donde alberga material nuclear. El temor a una conexión de Turquía con Rusia genera esa inquietud en Washington.

Durante el histórico acto en la Casa Blanca, Trump, fiel a su calculada indiscreción, anunció que otros países árabes se unirían al reconocimiento de Israel.

Los focos están obviamente concentrados en Arabia Saudita, otro de los aliados que Trump ha recuperado tras el distanciamiento provocado por la “Doctrina Obama” y su intención de acercarse a Irán. A raíz de esta recuperación del tradicional pacto entre Washington y Riad, el reino saudita también ha impulsado relaciones económicas e incluso de calado geopolítico con Israel.

No obstante, en agosto pasado, y tras los anuncios de reconocimiento de Emiratos y Bahrein al Estado israelí, el reino saudita anunció oficialmente que no está previsto un reconocimiento similar por parte de Riad. Pero la geopolítica es elástica e imprevisible y sus mecanismos siempre están en movimiento. Todo indica que Washington trabaja sin descanso para propiciar un reconocimiento diplomático saudita con Israel.

Más allá de Oriente Próximo, debe observarse también con atención la asociación estratégica que Israel mantiene con India desde 2017, principalmente a la luz de las actuales tensiones fronterizas entre India y China y del pacto estratégico de Trump con India y Japón de febrero pasado, con la velada intención de cercar a China y sus proyectos de las Rutas de la Seda. El eje Trump-Israel avanza así en cuanto a su configuración global.

La nueva “guerra fría” entre Trump y Putin

Esto ha determinado cómo el tablero geopolítico en Oriente Próximo se está polarizando en dos bloques, con EE.UU. y Rusia dirigiendo el equilibrio de alianzas, una especie de reedificación de una “nueva guerra fría”.

Rusia mantiene inerte su alianza euroasiática con Turquía e Irán, colocando a Siria en este tablero y tangencialmente a China, el gran actor global que observa expectante todos estos movimientos.

El eje ruso-turco-iraní tiene otros aliados regionales: el régimen sirio de Bashar al Asad y los movimientos islamistas, el libanés Hizbulá y con menos incidencia el palestino Hamas, ambos en la órbita geopolítica de Teherán. Otro actor importante en este eje es Qatar, cuya política exterior ha chocado en diversas ocasiones con su poderoso vecino saudita.

Por otro lado, Trump refuerza un eje histórico con Israel y Arabia Saudita en el cual ahora entrarían Bahrein y Emiratos Árabes Unidos. A todos ellos los une su frontal oposición a Irán, que se extendería colateralmente ante la posibilidad de que Putin refuerce sus piezas en Oriente Próximo.

Otro actor que entraría indirectamente en este bloque de Trump con Israel es Egipto, una pieza estratégica clave a nivel regional y que ha apuntado fuertemente contra Irán tras la caída del gobierno islamista de Mohammed Morsi y la legitimación del “general-presidente” Abdel Fatáh al Sissi.

Del mismo modo, debe destacarse que Putin ha logrado afianzar en los últimos años una pragmática “realpolitik” rusa en la región, convirtiendose en el único interlocutor con capacidad de diálogo y negociación con todos los actores regionales, estén o no enfrentados entre ellos.

Cómo afecta a Venezuela

La estrategia de Trump vía Israel tiene dos objetivos clave: cercar a Irán y a sus aliados, y ejercer mayor presión contra el régimen de Nicolás Maduro, aliado del eje euroasiático ruso, turco e iraní.

Un día antes del “Acuerdo de Abraham” en la Casa Blanca, Trump amenazó con un ataque a Irán “mil veces mayor” si Teherán atacara a EE.UU.

La declaración de Trump proviene de las informaciones suministradas por el presidente colombiano Iván Duque de que Maduro estaría comprando misiles a Irán para concentrar en Venezuela posiciones de defensa y ataque contra objetivos de EE.UU. y sus aliados en el hemisferio occidental. Duque también incluyó a Rusia y Bielorrusia en esta ecuación de Maduro e Irán.

Trump juega así sus cartas electorales orientadas a consolidar a su favor el lobby judío y el poderoso entramado militar-industrial estadounidense que ve a Rusia, Irán y China como los principales enemigos de EE.UU., y que observa a Venezuela como el comodín y la pieza clave de este eje euroasiático contrario a Washington.

Pero la jugada táctica de Trump vía Israel también podría enfocarse colateralmente en otro actor: Henrique Capriles Radonski. De conocido origen judeo-polaco, Capriles ya incluyó en sus campañas electorales de 2012 y 2013 la necesidad de que Venezuela restituya sus relaciones diplomáticas con Israel, suspendidas tras la ruptura establecida por Hugo Chávez en 2009, siendo entonces Maduro su ministro de Exteriores.

La ruptura de Capriles con la hoja de ruta de Guaidó y su aceptación de participar en la mascarada electoral “madurista” de diciembre próximo supone un factor inesperado que, en términos de cálculo político, Trump podría observar con mayor atención. Por supuesto, toda vez asegure su reelección a la Casa Blanca en noviembre próximo.

Las dificultades de Guaidó para mantener la unidad opositora podrían alterar el equilibrio político dentro de la oposición venezolana con un Capriles que se convertiría en una posible bisagra entre el régimen de Maduro y una oposición “post-Guaidó”.

Debe igualmente destacarse que la oposición venezolana siempre ha manifestado una posición pro-israelí, en gran medida determinada por las simpatías de Chávez y Maduro con Irán y movimientos islamistas como el Hizbulá, que campean en Venezuela con el apoyo del régimen, particularmente dentro del Arco Minero.

Por ello, el histórico “Acuerdo de Abraham” en la Casa Blanca tendrá también incidencia en la crisis venezolana. Trump busca asestar duros golpes a la implicación iraní en el hemisferio occidental vía Venezuela, calculando cómo estos movimientos le generarán réditos y beneficios electorales en noviembre próximo.

Otro aspecto tiene que ver con la extradición de Álex Saab a EE.UU. desde Cabo Verde, cuya “luz verde” ya es irreversible. Lo que cuente Saab sobre las conexiones de Maduro con Irán, Rusia y Turquía es otro baluarte para Trump y su aliado israelí.