Con la situación venezolana ocurre lo mismo, ahora que la crisis en las relaciones de la mayoría democrática y el sistema socialista del S. XXI ha llegado al grado más crítico de esta historia de tensiones crecientes.
Si bien el mencionado discurso sugiere que la coalición de 59 países con EEUU a la cabeza ha llegado a un nivel extremo, ante el incremento de las violaciones a los DDHH, la metástasis de la diáspora que complica la vida de los países receptores y conflictos continuos relacionados con el presunto auspicio del terrorismo y el narcotráfico, la verdad es que la política de la comunidad internacional es más versátil de lo que suponen ciertos criterios simplistas. Mientras más grande, esa coalición enfilada contra el sistema madurista, se apoya más en las presiones, incluidas las sanciones, para llevarlo a una negociación -en serio- con base en una agenda que permita la formación de un gobierno de transición y elecciones libérrimas y mundialmente supervisadas. Así lo han reiterado la Unión Europea y los países americanos.
Por eso tanto la salida de fuerza como la negociada en los términos que aquí expreso son factibles.
El problema es que a estas alturas Maduro ha demostrado que no puede seguir al frente del Estado, la situación lo desborda y sus medidas no hacen sino agravarla. Más del 80% lo quiere fuera del mando. Los padecimientos del país son insoportables, nadie entiende cómo es posible que los desaciertos y abusos del poder hayan llegado al punto en que se encuentran hoy. Millones de venezolanos desarraigados con sus familias rotas y al menos 25.000 niños se pierden por su cuenta en el azar de atravesar sin compañía las fronteras.
Si los dirigentes maduristas, en la intimidad de su conciencia, comparten este criterio, el cambio democrático de gobierno sería complejo pero no difícil ni cruento. Buscando alguna señal en las reacciones posteriores al discurso de Trump, leí con atención las últimas declaraciones de Maduro y Cabello, principales líderes del socialismo S.XXI. En las del jefe del sistema se insiste en el rechazo terminante, que era de esperarse, pero no se vuelve a las demasías de la “guerra asimétrica”; todo lo cual abre la expectativa de que pudiera incluir su renuncia en la agenda y negociar condiciones no humillantes.
Al fin y al cabo en sus recientes manifestaciones públicas venía reiterando su deseo de negociar con EEUU y restablecer las relaciones consulares con Colombia, de modo que el detalle que resalto pudiera tener alguna significación. Probablemente, sin embargo, por temor a decaimiento en el ánimo de sus seguidores, optó por valerse del lenguaje afirmativo para impedir que cundieran posibles deserciones. No sé si es el caso de las respuestas de los diputados Parra y Duarte, tan inclinadas a buscar acuerdos con la oposición que desde luego se explican por el desabrigo o desamparo personal en que se encuentran.
La oposición, unida, debería entender que es preferible un cambio democrático de gobierno sin más violencia antes que un baño de sangre. Venezuela no merece ese sacrificio añadido a la trágica situación en que se encuentra. Si pese a todo semejante desmesura se impone, hay que buscarle rápida salida empuñando siempre el emblema de la paz.
Clausewitz, brillante teórico de la guerra, afirmó que el objeto de ella no es aniquilar al adversario o al enemigo sino de colocarlo en condiciones en que ya no pueda seguir combatiendo. Es una consideración tan humana como la encerrada en su clásico aforismo de que la guerra es la continuación de la política por otros medios; vale decir, que la política debe moderar los excesos bélicos y conseguir, de esa manera, vencer dos veces.
La oposición, unida, siempre unida, debe diseñar una estrategia versátil frente a las posibilidades diversas que encierra el presente. Con la misma estrategia, con la bandera de la paz, minimizar los peligros de la guerra y maximizar los beneficios de la paz.
En manos de los que han creado esta desgracia está la decisión de dar paso a quienes puedan restablecer la democracia, la libertad y la prosperidad que claman los venezolanos de todas las tendencias. En ellos está no aferrarse a un poder que ya no pueden ejercer. Hasta en lo personal sería la mejor salida.
Clausewitz, brillante teórico de la guerra, afirmó que el objeto de ella no es aniquilar al adversario o al enemigo sino de colocarlo en condiciones en que ya no pueda seguir combatiendo. Es una consideración tan humana como la encerrada en su clásico aforismo de que la guerra es la continuación de la política por otros medios; vale decir, que la política debe moderar los excesos bélicos y conseguir, de esa manera, vencer dos veces.
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