Sabemos que la voluntad de unión es la herramienta más poderosa para alcanzar la mayor suma de bienestar en el país. En otras palabras, no existe país que progrese si la sociedad está fragmentada, no hay evidencia de que una nación genere avances colectivos si cada cual quiere establecer sus normas por caprichos ideológicos. Más aún, hasta el momento no se conoce alguna república que haya logrado el desarrollo económico alentando la segregación y el nacionalismo destructivo.
Los grandes éxitos nacionales se conquistan gracias a las metas conciliadas y los acuerdos consensuados, donde se aparta el falso patriotismo y los fanatismos obstructivos. Los triunfos como nación se alcanzan con espíritu integrador y empuje colaborativo, en el cual se desechan las posturas intolerantes y las miradas intransigentes.
Me atrevería a decir que ningún venezolano apuesta por el fracaso del país, pero la terquedad nociva, los dogmas paralizantes y los sellos ideológicos nos han empujado al resentimiento, el odio y la división y, en consecuencia, hoy vivimos bajo un modelo autoritario cercano a su extremo final: el totalitarismo.
En este largo maratón que implica conquistar el mayor bienestar nacional, se necesita la gran disposición de todos. Francamente, nadie sobra en el gran esfuerzo que significa construir un país con envidiable prácticas de gobernanza democrática, un máximo respeto a las minorías, una enérgica defensa a las libertades y un pleno cumplimiento de la igualdad ante la ley. Por ello, forjemos la espina dorsal de la nación respetando los principios básicos de convivencia civilizatoria y comprendamos que la unidad nacional está por encima de todos.
Seamos capaces de alimentar el entendimiento para combatir la exclusión que oprime y la discriminación que humilla. Evitemos las etiquetas y los encasillamientos retrógrados que solo sirven para separarnos, y que terminan limitando el despliegue de las capacidades humanas. Resaltemos el valor de la democracia con la fuerza del pluralismo, la participación y la transparencia para convivir con un solo rostro llamado Venezuela.
Por estos días, vale la pena recordar que el país trasciende más allá nosotros, y pretender avivar los extremismos no es apostar al mejor porvenir de los venezolanos. El país es uno solo y los éxitos se fabrican con las buenas ideas y los nervios de todos: ¡Por un solo país!
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Me atrevería a decir que ningún venezolano apuesta por el fracaso del país, pero la terquedad nociva, los dogmas paralizantes y los sellos ideológicos nos han empujado al resentimiento, el odio y la división y, en consecuencia, hoy vivimos bajo un modelo autoritario cercano a su extremo final: el totalitarismo.
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