El 8 de noviembre el Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil falló a favor del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, al considerar que su prisión debía efectivizarse solamente al agotarse todos los recursos jurídicos disponibles. Al tener Lula una instancia superior a la que apelar, fue inmediatamente liberado. Su salida de prisión fue recibida con algarabía por su partido y por sus seguidores, que ven en él la esperanza de reordenar el campo opositor y dar pelea en las elecciones municipales de 2020 luego del controvertido proceso electoral de 2018, cuando terminó siendo elegido -prisión de Lula mediante- el ultraderechista Jair Bolsonaro.
En la reunión del Grupo de Puebla en Buenos Aires, como era de esperarse, la noticia también fue recibida con alegría. Para varios de sus protagonistas (entre los que se encuentra el presidente electo Alberto Fernández) este grupo es la esperanza de intentar recrear el espíritu de la primera década del siglo XXI, en la que una ola de gobiernos progresistas lideró la región. Así como aquella etapa cerró el ciclo de neoliberalismo noventista, pareciera que hoy el objetivo es hacerle frente a lo que pareció ser la consolidación de una "nueva derecha latinoamericana" en las presidencias de Sebastián Piñera
(Chile), Mauricio Macri, Mario Abdo (Paraguay), Bolsonaro y Lenín Moreno (Ecuador). La actual inestabilidad política de la región se debe, podría leerse, a la intención de esta nueva derecha de revertir los triunfos populares de la década anterior.
Sin embargo, todo parece indicar que la inestabilidad regional continuará más allá del eventual color político de las presidencias. Esto no quiere decir que la ideología no importe ni que las administraciones no puedan decidir sobre maneras de gobernar la coyuntura. Pero temo que hay razones estructurales para pensar que las tensiones que atraviesan la región van a continuar.
En primer lugar, los precios de las commodities no dan ninguna señal de mejora. La región tuvo una década de oro a comienzos del siglo XXI debido precisamente a la mejora de los términos del intercambio. A pesar de que algunos países lograron sacar mucha gente de la pobreza en ese período (como Brasil y Bolivia), casi ninguno aprovechó para revertir la notable dependencia de sus economías a los precios de sus exportaciones.
Chile creó el Fondo de Estabilización en 2006 para atesorar ingresos fiscales en tiempos de alto precio del cobre y financiarse en los malos. Pero es un caso aislado. América Latina sigue siendo una región frágilmente dependiente de las fluctuaciones de precios, lo cual repercute brutalmente sobre la estabilidad de sus gobiernos. Los presidentes a los que les toca gobernar en tiempos de vacas gordas pueden expandir el gasto, mejorar las condiciones de vida de su población y "devolver el rol del Estado y la política". Pero cuando llega la fase descendente del ciclo los cimientos de ese Estado
benefactor se muestran muy precarios y la inestabilidad política que aparecía dormida surge con fuerza.
Demandas
En segundo lugar, las demandas insatisfechas continuarán en la región, con el agravante de que la situación de las "nuevas clases medias" (como en el caso de Brasil) es muy precaria. Como lo muestra el caso chileno (y un poco antes el brasileño), los procesos de mejoramiento de los niveles de vida de la población pueden ser muy desestabilizadores, al generar nuevos actores empoderados que, ante las dificultades económicas, ven perder las ganancias recientemente adquiridas. Si a esto le sumamos que en la cultura política latinoamericana la calle es un escenario natural de resolución de este tipo de conflictos, lo que obtenemos es una importante agitación social. Con los matices propios de cada país, las movilizaciones que estamos observando hoy son el resultado de esta dramática combinación.
América Latina es una región atravesada por la desigualdad y la marginalidad. Afortunadamente, y a diferencia del pasado, las muy legítimas demandas sociales para revertir esta situación tienen oportunidades para manifestarse. Pero lamentablemente estas nuevas democracias no fueron capaces de generar condiciones sostenibles para el crecimiento económico y la eliminación de la pobreza.
Aunque los gobiernos progresistas fueron mucho más sensibles a estas cuestiones sociales, también fallaron en revertir esta dependencia latinoamericana del precio de las materias primas.
Por todo esto, estimo que la convulsión regional continuará en el corto plazo. Aunque "¡Lula libre!" suene como un grito de esperanza de que los tiempos oscuros han pasado, necesitaremos un esfuerzo mayor de nuestras clases dirigentes.
El autor es profesor del Departamento de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella
los precios de las commodities no dan ninguna señal de mejora. La región tuvo una década de oro a comienzos del siglo XXI debido precisamente a la mejora de los términos del intercambio. A pesar de que algunos países lograron sacar mucha gente de la pobreza en ese período (como Brasil y Bolivia), casi ninguno aprovechó para revertir la notable dependencia de sus economías a los precios de sus exportaciones. Chile creó el Fondo de Estabilización en 2006 para atesorar ingresos fiscales en tiempos de alto precio del cobre y financiarse en los malos. Pero es un caso aislado. América Latina sigue siendo una región frágilmente dependiente de las fluctuaciones de precios, lo cual repercute brutalmente sobre la estabilidad de sus gobiernos. Los presidentes a los que les toca gobernar en tiempos de vacas gordas pueden expandir el gasto, mejorar las condiciones de vida de su población y "devolver el rol del Estado y la política". Pero cuando llega la fase descendente del ciclo los cimientos de ese Estado benefactor se muestran muy precarios y la inestabilidad política que aparecía dormida surge con fuerza.
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