“Es aquí entre nosotros y no en otro lugar, donde han de considerarse las fuerzas y los actos del alma”. Michel de Montaigne
Con todas las dificultades por las que estamos pasando los venezolanos y con todo el drama humano que nos ha trastocado la vida y los planes para vivirla plenamente, con humildad y decoro, con decencia y normales aspiraciones, con esfuerzo e iniciativas, no han podido los canallas en el poder doblegar nuestro espíritu de lucha, aunque si han penetrado en la mente y en el alma de muchos incautos.
Este período de muerte y destrucción, en el cual se impuso el chavomadurismo, muy corto en la vida de una nación, pero, muy largo en la existencia de cualquier ser humano, tiene que tomarse como un duro y profundo aprendizaje; de hecho, ha servido para conocernos y reconocernos; para percibir las buenas y malas intenciones de dirigentes y de mucha gente; para entender y comprender que estos errores y desvaríos no podemos cometerlos jamás. Cómo nos escribe Harold Bloom: “La mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad, discernimiento. La mortalidad acecha, y todos aprendemos que el tiempo siente triunfa.”
Los cristianos que creemos verdaderamente en Dios, cuyas palabras nos confortan y guían, tenemos necesariamente que actuar recordando las palabras del Eclesiastés: “Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo”. Es el gran momento inexorable de la unión de todos porque tiene su tiempo el destruir y su tiempo el edificar; su tiempo el lanzar piedras y el de recogerlas; el de abrazarse y el de separarse; el de reír y el de llorar; el de odiar y el de amar; la guerra y la paz.
Debemos estar esperanzados, listos y preparados porque estamos en el umbral del camino que nos conduce a entrar en un nuevo país, para entrar con muchos bríos y ánimos de reconstruir todo junto a aquellos venezolanos de buena voluntad. Tenemos que actuar con paciencia, prudencia e inteligencia, a sabiendas que “donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor”.
Todo a su tiempo. Este período que está a punto de fenecer, aterrador y sombrío, quedará en nuestros recuerdos y en nuestra historia como una nube negra que se aposentó sobre nuestro territorio, cargada de odio y mediocridad, de resentimiento y ambición, para que expiáramos nuestras culpas, para permitir que brotara de nuestro ser la única condición que nos hace iguales: nuestra condición de ser humanos, para manifestar nuestro amor por la vida, la libertad de conciencia, nuestra actitud solidaria, el respeto y la tolerancia hacia y con los otros, el sublime y profundo amor a Dios, y la confianza en nosotros mismos y en nuestra capacidad de sembrar y recoger las buenas cosechas en un futuro luminoso que nos espera.
http://www.laverdad.com/
Con todas las dificultades por las que estamos pasando los venezolanos y con todo el drama humano que nos ha trastocado la vida y los planes para vivirla plenamente, con humildad y decoro, con decencia y normales aspiraciones, con esfuerzo e iniciativas, no han podido los canallas en el poder doblegar nuestro espíritu de lucha, aunque si han penetrado en la mente y en el alma de muchos incautos.
Este período de muerte y destrucción, en el cual se impuso el chavomadurismo, muy corto en la vida de una nación, pero, muy largo en la existencia de cualquier ser humano, tiene que tomarse como un duro y profundo aprendizaje; de hecho, ha servido para conocernos y reconocernos; para percibir las buenas y malas intenciones de dirigentes y de mucha gente; para entender y comprender que estos errores y desvaríos no podemos cometerlos jamás. Cómo nos escribe Harold Bloom: “La mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad, discernimiento. La mortalidad acecha, y todos aprendemos que el tiempo siente triunfa.”
Los cristianos que creemos verdaderamente en Dios, cuyas palabras nos confortan y guían, tenemos necesariamente que actuar recordando las palabras del Eclesiastés: “Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo”. Es el gran momento inexorable de la unión de todos porque tiene su tiempo el destruir y su tiempo el edificar; su tiempo el lanzar piedras y el de recogerlas; el de abrazarse y el de separarse; el de reír y el de llorar; el de odiar y el de amar; la guerra y la paz.
Debemos estar esperanzados, listos y preparados porque estamos en el umbral del camino que nos conduce a entrar en un nuevo país, para entrar con muchos bríos y ánimos de reconstruir todo junto a aquellos venezolanos de buena voluntad. Tenemos que actuar con paciencia, prudencia e inteligencia, a sabiendas que “donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor”.
Todo a su tiempo. Este período que está a punto de fenecer, aterrador y sombrío, quedará en nuestros recuerdos y en nuestra historia como una nube negra que se aposentó sobre nuestro territorio, cargada de odio y mediocridad, de resentimiento y ambición, para que expiáramos nuestras culpas, para permitir que brotara de nuestro ser la única condición que nos hace iguales: nuestra condición de ser humanos, para manifestar nuestro amor por la vida, la libertad de conciencia, nuestra actitud solidaria, el respeto y la tolerancia hacia y con los otros, el sublime y profundo amor a Dios, y la confianza en nosotros mismos y en nuestra capacidad de sembrar y recoger las buenas cosechas en un futuro luminoso que nos espera.
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