Maracaibo es reconocida como una de las ciudades más calientes de Venezuela. Enclavada en una región que se presumía rica en recursos naturales, ahora sufre lo que toda la región. La falta de electricidad ha transformado la cotidianidad y las promesas de soluciones nunca llegan. Así se vive cuando la luz es un lujo
El quirófano quedó a oscuras segundos luego de sus primeros lloridos. Manuel David Mosquera, el primero de los varones gemelos de Ana, nació a las 6:30 de la tarde del lunes 22 de febrero en el hospital Doctor Adolfo D’Empaire de Cabimas, durante un apagón general que afectó al occidente de Venezuela.
El generador eléctrico del sanatorio está dañado desde hace meses por falta de repuestos y mantenimiento. El antídoto contra la oscurana fueron las luces de los teléfonos celulares de las enfermeras, quienes alumbraron sobre el recién nacido para que los doctores pudieran cortar su cordón umbilical y asearlo. El bebé, de solo seis meses de gestación, murió tres horas y 50 minutos después dentro de una máquina incubadora que colapsó por una nueva falla eléctrica.
Su doctora, Luzmary Esparza, certificó como causas directas de su deceso una “parada cardio respiratoria” y que era un “recién nacido pretérmino 24 semanas”. El acta de defunción no menciona apagones ni máquinas extinguidas.
Hubo dos cortes absolutos del servicio de luz y el doble de fluctuaciones en cuatro municipios zulianos aquella noche cuando Manuel David perdió la vida, según el Comité de Afectados por los Apagones. Esa asociación civil monitorea las fallas del sector en toda Venezuela y sus cálculos concluyeron que, solo el año pasado, hubo 18.221 interrupciones eléctricas en las 24 regiones.
El estado Zulia es, por lejos, el estado más perjudicado desde enero.
“Se pudo haber salvado”
Ana Mosquera Valbuena está incrédula. Manuel David respiraba, había gritado, se había movido. Le colocaron sobre su pecho y, ante ella, hasta abrió los ojos. “Se pudo haber salvado si hubiese habido luz”, dice, sentada en el patio de su humilde casa, ubicada en la parroquia Pedro Urribarí del municipio Santa Rita, una región árida e insegura, rica en petróleo, pero millonaria en pobreza.
La treintañera, madre de una niña de 11 años y un varón de ocho, administra apuestas de carreras de caballos junto a su esposo, Daniel Mosquera. El patio de su hogar, que no tiene perímetros ni paredes, es su sitio de negocios. Ante un pizarrón donde aún estaban escritas las jugadas del día anterior, cuenta en detalle lo ocurrido un mes atrás. Le acompaña Denniel, su hijo menor, aficionado al béisbol –“nadie corre más que yo”, jura con orgullo–.
Dilan David, el segundo de sus gemelos, nació sin signos vitales. Ana indica que se ahogó dentro de su vientre mientras en el quirófano aún persistían las interrupciones del servicio eléctrico. En apenas minutos, la ingresaron y egresaron cuatro veces del sitio de parto por las fallas de luz.
Ana admite que en los primeros tres meses de su embarazo, cuando desconocía su estado, ingirió hierbas caseras y medicinas contraindicadas para tratarse dolores en sus riñones. Pero duda que ello o los partos prematuros hayan causado la muerte de sus bebés. “Todo estaba perfecto hasta el parto. Culpo al apagón de la muerte de mi primer hijo y también a los médicos. Ellos tenían que haberme dicho si venía con problemas. Tenían que comunicarme que no había incubadoras”.
Afirma que aquella noche de febrero corrió entre pasillos la noticia de que seis bebés murieron en el retén del hospital de Cabimas: sus niños, dos gemelos sietemesinos, y un par de neonatos dados a luz a perfecto término.
Ana se aferra a las dos actas de defunción que sostiene en sus manos. “Esto es horrible. Todos los días lloro”.
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Ana admite que en los primeros tres meses de su embarazo, cuando desconocía su estado, ingirió hierbas caseras y medicinas contraindicadas para tratarse dolores en sus riñones. Pero duda que ello o los partos prematuros hayan causado la muerte de sus bebés. “Todo estaba perfecto hasta el parto. Culpo al apagón de la muerte de mi primer hijo y también a los médicos. Ellos tenían que haberme dicho si venía con problemas. Tenían que comunicarme que no había incubadoras”.
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