Esto de ser un canalla nunca ha sido bien visto “ni en las mejores familias”. Pero que se lo enrostren a uno en tiempos de globalización y desde la nación más poderosa del mundo, sería suficiente motivo de vergüenza para todo aquel que tenga un mínimo de ella, aunque, seguramente, no es el caso de los aludidos con tan merecida calificación.
Y es que el Estado venezolano viene siendo incorporado a diferentes clasificaciones, ninguna de ellas honrosas, pero que calzan “como mandadas a hacer” con la tragedia nacional y que aluden a una despreciable condición, cuyas únicas víctimas son los ciudadanos.
La nueva viene de la mano, o más bien en la voz, del mismísimo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien tan cerca como esta semana consideró al Estado venezolano como un “Estado Canalla”, equiparando a la Venezuela de Maduro y compañía con la Libia de Gaddafi y al Irak de Sadam Husein.
La expresión, a todas luces peyorativa, alude a aquellos estados donde imperan regímenes autoritarios, irrespetuosos de los derechos humanos, que propician el terrorismo y representan una amenaza a la paz mundial, entre otros “detallitos”. En pocas palabras: un “Estado Malandro”, como también se le ha llamado recientemente.
Tales epítetos, detrás de los cuales existen teorías ampliamente desarrolladas en algunos casos, aunque en otras no tanto, se suman a la extensa gama de otros calificativos que ha recibido el Estado venezolano, los cuales comenzaron con su condición de “Fallido”, pero que han ido subiendo “de tono”, por las categorías y significados donde ha sido incluido, hasta enlistarlo como Narcoestado y/o Estado Canalla, en honor al oprobio que representarían.
Los primeros intentos de alertar acerca de su funcionamiento inapropiado comenzaron con el apelativo Fallido, en alusión a sus fracasos económicos, políticos y sociales, gracias a su ineficiencia en el ejercicio de las responsabilidades que le son propias, pero el asunto fue escalando, no sólo en la calificación, sino en el comportamiento del Estado, cuya ineptitud en el cumplimiento de sus funciones degeneró, de acuerdo con las denuncias, en delito bajo distintas modalidades.
Fue así como de Fallido pasó a ser considerado Forajido, cuando la ingobernabilidad se hizo evidente y su incapacidad para sostenerse comenzaba a sospecharse.
Para infortunio del venezolano, el asunto no quedó allí. Por el contrario, trepó a Delincuente, Mafioso, Bribón y ahora, en buen criollo, a “Malandro”, al mismo ritmo que se deteriora su calidad de vida (la del ciudadano) como palmaria demostración de la ineptitud de quienes se encargan de conducir al Estado.
Lo peor es que los responsables ni se dan por enterados, aunque como en el boxeo, las consecuencias derivadas de su comportamiento hacen mella con cada “gancho” dirigido a sus bolsillos desde otras latitudes, seguidos de oportunos “derechazos” que impactan su maltrecho equilibrio gubernamental, hasta que, finalmente, un “jab” directo al espinazo los lleve a la lona sin que las impertinentes “campanas” de la MUDa los salven del merecido nocaut.
@YajaHernandez | Periodista | Profesora universitaria
http://verdadesyrumores.com/
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