Opositores venezolanos se reúnen en la sede de la Conferencia Episcopal Venezolana para honrar a los caídos durante las protestas. 22 de abril de 2017. Fotografía de Verónica Aponte. Haga click en la imagen si desea ir a la fotogalería completa
La conducta de la jerarquía eclesiástica frente a la dictadura de nuestros días representa un deslinde de proporciones históricas, en relación con sus reacciones del pasado ante los asuntos públicos. Jamás se había mostrado como bloque compacto para opinar sobre los negocios de la sociedad y para comprometerse en posiciones enfáticas. Los jefes de la iglesia católica están estrenando una conducta, una presencia insólita para sus fieles y para la colectividad en general, fenómeno que reclama una explicación que vaya de lo panorámico a lo particular para entender el significado de lo que ahora intentan los obispos desde una región habituada a pasar sin escándalo muchos capítulos exigentes de la historia ante los cuales prefirió callar, o asomarse apenas un poco.
Pasos sin prisa
La explicación panorámica aconseja una búsqueda en el campo de la historia de las mentalidades, según cuyas teorías los actores de una sociedad determinada, principales y subalternos, reaccionan de manera automática ante las solicitudes del ambiente hasta cuando ese ambiente, conmovido por sus carencias y sus insatisfacciones, los obliga a cambiar en sentido progresivo. Las reacciones no son sucesos de plazo breve, sino todo lo contrario: se prolongan durante siglos, hasta cuando la mentalidad colectiva, presionada por los pasos cotidianos de su vida, propone actitudes de diferente cuño cuyo destino es la ruptura del cascarón en el que se ha refugiado durante siglos. Entonces se advierte una mudanza de la vida que no se puede medir de acuerdo con las agujas de los relojes habituales, sino mediante las señales perezosas de un calendario poco proclive a las sorpresas.
En el caso de la iglesia establecida en Venezuela desde los orígenes coloniales, su función de soporte de la evangelización a través de su papel de pilar del trono conduce al predominio de un entendimiento de la vida a través del cual hace causa común con la cúpula para apuntalar la dominación del papado y del príncipe que aparece como su socio y, por lo menos en el papel, también como su dependiente. Los mitrados son valedores incondicionales del poder civil, con contadas excepciones que no conducen a rupturas dignas de consideración sino a diferencias a las cuales mueve una rivalidad transitoria. En general, el condominio de la Corona con la sede pontificia funciona con regularidad, apenas con molestias caracterizadas por la fugacidad de contados enfados de los obispos. Los curas de almas se desempeñan de manera semejante, en especial porque lo intrincado de la geografía les permite licencias a través de cuya aplicación se convierten en una especie de mandarines con sotana a quienes escuda una ley canónica que se hace de la vista gorda mientras en Madrid nadie se entera de sus pecados.
Entre el rey y la patria
El movimiento de Independencia modifica la situación, sin transformarla del todo. Gracias a la aparición de un clero relacionado a medias con el pensamiento ilustrado, pero en especial vinculado de veras con los intereses de los blancos criollos que proponen la ruptura con España, se produce una escisión que no llega hasta las sedes episcopales sino lentamente, pero que es capaz de promover la creación de banderías patriotas y realistas entre los sacerdotes de la región. Para resumir la situación, el historiador José Virtuoso habla de una Crisis de la catolicidad llamada a la orientación de realidades diversas en el futuro. Estamos frente a un caso digno de especial reflexión, si se considera la actitud de Roma ante las revueltas. Mientras Pío VII publica una encíclica para exigir a sus sacerdotes de las colonias la defensa de Fernando VII, muchos de sus destinatarios venezolanos prefieren trabajar como capellanes de Bolívar y de Páez, o redactar oraciones patrióticas que podían penarse con excomunión. Esta primera crisis de la catolicidad abre el camino de un itinerario político que no se había trillado, pero que no significa un cambio general de las autoridades eclesiásticas.
La reacción de numerosos representantes del clero a favor de la Independencia se puede explicar por la timidez de los revolucionarios en el tratamiento de aspectos carísimos para la fe tradicional, como los relacionados con la libertad de cultos. En la medida en que los insurgentes mantienen la exclusividad de la religión católica, hasta el punto de conservar sin retoques su monopolio, un escollo importante se supera en los cabildos eclesiásticos. Cuando Bolívar le hace carantoñas al arzobispo de Bogotá, quien las recibe sin disgusto, o se comunica sin muestras de heterodoxia con el arzobispo de Mérida de Maracaibo para tratar sobre sedes vacantes y sobre la necesidad de pedir la mirada indulgente de Su Santidad, otras piedras desaparecen del sendero. La realidad legitima la escisión, sin que nadie sea remitido a las candelas del infierno. Ha ocurrido un primer tránsito de la iglesia venezolana, de las alturas del poder a los sobresaltos de las luchas terrenales, sin el predominio del escándalo. ¿Cómo ven los feligreses esta primera mutación? No hay evidencias sobre sus respuestas, pero no se muestran especialmente conmovidos.
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