El gobierno se desliza sobre una montaña rusa. Por un lado, pretende consolidar la dictadura para aplastar a una oposición más sabia e irreductible que nunca, pero como no puede vencerla y encima se divide y debilita en el intento, la mano invisible de la realidad le hace rebotar hacia el diálogo.
Bascula entre dos extremos: endurecer el poder, o perderlo de la peor manera. El camino se le ha angostado; pronto solo le quedará la esperanza de sobrevivir. ¿Qué está dispuesto a conceder para lograrlo? ¿Estará listo para aceptar, por ejemplo, que su tiempo se agotó y que se trataría de salir de la manera más pacífica, constitucional, electoral y dialogada o negociada?
La política de la oposición vacila entre la resistencia contra la deriva dictatorial y el democrático mecanismo del diálogo.
Hay diferencias perfectamente lógicas y legítimas en la MUD y en la disidencia en general, cuyo origen es obvio: el diálogo es connatural a la democracia, pero del que se ha hablado hasta hoy es de factura sospechosa. El gobierno agitó esa noble bandera opositora solo para librarse del RR y de la elección de gobernadores que deben realizarse en 2016. Está consciente de su segura derrota y no se siente preparado para perder el timón. Teme someterse a la gran auditoría pública que pondría su gestión en el brasero. Supone que el adversario será un vengador que se llevará por delante a justos y pecadores. No entiende que la oposición no puede incurrir en semejante exabrupto, por dos clarísimos motivos:
1) Recibirá un país en ruinas y tendrá que reunificarlo para superar el envenenado legado que caerá bajo su responsabilidad. Si en lugar de hacer nuevos amigos y neutralizar enemigos, reintroduce la actual división perfumada de odio, se dará con las espuelas.
2) Ha crecido con tanto éxito porque respeta el pluralismo democrático, que lleva en su propio seno. Es un principio, una razón de ser. Si lo pierde, realimentará el fundamentalismo y levantará justificadas reservas en el mayoritario movimiento democrático. En lugar de gobernar, será gobernado por el azar.
Si con pasos de autómata, el régimen sigue marchando hacia el totalitarismo, asumiendo un costo político que no puede pagar, no sobrevivirá.
Así lo anuncian su desoladora impopularidad y el naufragio insondable de su gestión económica, con las explosivas consecuencias políticas y sociales que el mundo está observando asombrado. Y si así fuera, la transición será demasiado difícil. El riesgo de salidas cruentas se elevará al cubo y lo que menos necesita nuestro agobiado país es que se incremente la violencia bajo el dilema del todo o nada o, mejor, del sálvese quien pueda.
Que en la Fuerza Armada ha mejorado la visión de los uniformados acerca de tan tenebrosa tragedia, se aprecia en un hecho evidente. No ha disparado contra el pueblo. No lo hizo para evitar la gran victoria opositora del 6D. No atendió las exigencias del ala quebrada del régimen para evitar que se juramentaran los diputados de la AN. No obstaculizó la gigantesca movilización social del 1 de septiembre, ni la del firmazo, ni la de las mujeres en pleno octubre y tampoco la del día 26 de los corrientes.
¿Cuál sería la novedad de este diálogo que el gran papa Francisco ha asumido en calidad de mediador o facilitador, junto con UNASUR (cuya composición ya no está sesgada hacia la intransigencia fundamentalista), la Unión Interparlamentaria Mundial y fuertes personalidades del mundo?
Leer más: http://www.abcdelasemana.com/2016/10/28/entre-el-despotismo-y-el-dialogo/
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