"Si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente."Benedicto XVI
El país está de cuidados intensivos. A la quiebra moral de la nación se le suma el desastre económico y la ilimitada ambición política. Vivimos de escándalo en escándalo sin que se conmueva la conciencia social. Ya lucen olvidadas las denuncias de Makled, la de los "magistrados" Alvaray y Aponte, las del aberrado Mario Silva y las maletas cargadas de dólares de Antonini y otros. Las denuncias contra exgobernadores y exalcaldes y recién las de uno de los artífices de la destrucción nacional, el soberbio Giordani, sólo logran armar un alboroto que enseguida se apaga con otro.
La pérdida de principios, de la moral y la ética ha acabado con la credibilidad en las instituciones del Estado y eso es terrible para un país que se precie de civilizado. "Cuando se suprime la justicia –dice San Agustín-¿Qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones?"
La situación económica es de pronósticos reservados: los controles de todo tipo, la falta de políticas económicas integrales, la discrecionalidad de los funcionarios públicos, el irresponsable manejo de las finanzas públicas, la corrupción generalizada en la administración pública, la ineptitud y la ignorancia desde el más alto nivel burocrático, las políticas públicas orientadas por un sesgo ideológico impuesto externamente, son causales del gravísimo empobrecimiento de la población.
La situación política está signada por la soberbia y la ambición generalizada. Nadie es más frágil, más vulnerable y más inconsistente que un soberbio, expresa Savater, ya que no se trata del orgullo de lo que se es, sino el menosprecio de lo que es el otro. De no reconocer a los semejantes. Este pecado capital se manifiesta no solo en quienes dirigen el gobierno más oprobioso de la historia republicana, sino también, en ciertos sectores políticos de la oposición, que quizás sea una de las razones que imposibilita la armonía y la convivencia para la unificación de ideales humanos.
La ambición siempre revolotea en el alma de los soberbios y la traición es su contracara. La soberbia es el valor antidemocrático por excelencia, por eso estamos en el umbral del infierno. Se requiere un poco más de humildad y desprendimiento, la salud de la nación lo requiere y el presente de los jóvenes lo reclama.
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