Las organizaciones de la red social de la iglesia estamos convencidas desde nuestra fe que el reconocimiento mutuo y el diálogo es la única vía para construir convivencia pacífica. Jesucristo eligió como único recurso la palabra desarmada y abierta al prójimo. Asumir la palabra como vehículo de construcción implica creer en la escucha del otro. Nosotros como seguidores de Jesús, sólo contamos con la palabra dialogada y razonada para intercambiarnos constructivamente en busca del bien común. Creemos que la palabra, sin intencionalidad de constreñir al otro, está siempre llena de posibilidades; con ella podemos imaginar, soñar, reconocernos, construir el bien común y encontrar la verdad que nos hace libres. La palabra desarmada es la vía más fecunda para la paz, y entraña, al mismo tiempo, la vulnerabilidad y la fortaleza propia del amor.
La cotidianidad nos educa para el diálogo.
Desde hace muchos años venimos abriendo espacios de dialogo y convivencia en diferentes escenarios de la vida, y, muy especialmente en medio del pueblo pobre dónde y con quienes desarrollamos nuestra misión.Esta experiencia de estar en y con el pueblo pobre nos ha ido llevando a abrir los ojos a la realidad. Hemos experimentado cómo nuestros equipos de trabajo, y, en ellos, cada persona en particular,ha ido experimentando una transformación interior que nos lleva a afirmar con toda convicción que sólo nos salvará el diálogo y el reconocimiento fundado en la fe en aquel que nos hace hermanos, Jesucristo.
Es verdad que hemos pasado por cañadas oscuras, que muchas veces por impotencia hemos tenido la tentación de dejarlo todo y abandonar el camino, que muchas veces las cosas no salen como las hemos planificado o desearíamos que ocurrieran porque hay otras fuerzas contrarias presentes en la cotidianidad que atentan contra la vida y parecieran eclipsar o cerrar las posibilidades de una convivencia pacífica. Por ejemplo, es muy doloroso ver con un arma a un adolescente que ha sido educado en nuestros centros educativos, acompañadoen nuestros centros comunitarios y formado en la fe por nuestras catequesis; pero junto a esto, es profundamente consolador ver a un hombre y a una mujer que gracias a haber vivido un proceso de acompañamiento han encontrado responsablemente su misión en el mundo y se han comprometido en su comunidad.
Estamos en este camino con la certeza que, desde nuestra fe, descubrimos señales alentadoras en medio del pueblo y en nuestros equipos, que nos ponen de pie, nos resitúan en el camino, con la convicción de que estamos donde tenemos que estar, aprendiendo hacer lo que creemos debemos hacer en esta hora que vive nuestro país, tanteando, junto a otros como red social de la iglesia, los caminos siempre abiertos, sabiéndonos siempre necesitados de conversión.
Ante la complejidad de la situación que estamos viviendo, nos acompaña la convicción de fe, de que estamos en un largo proceso de aprendizaje, desmontando prejuicios, rompiendo esquemas y paradigmas de relación, tanto a nivel de las organizaciones como a nivel personal, porque cuando entramos en una actitud de auténtico diálogo con el otro y con la realidad vamos experimentando una transformación interior, un crecimiento que nos sitúa en el horizonte del bien común. Desde esta experiencia, creemos que somos sujeto cabal de diálogo porque nos mueve el interés común, el bien del país, desde una perspectiva incluyente.
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La cotidianidad nos educa para el diálogo.
Desde hace muchos años venimos abriendo espacios de dialogo y convivencia en diferentes escenarios de la vida, y, muy especialmente en medio del pueblo pobre dónde y con quienes desarrollamos nuestra misión.Esta experiencia de estar en y con el pueblo pobre nos ha ido llevando a abrir los ojos a la realidad. Hemos experimentado cómo nuestros equipos de trabajo, y, en ellos, cada persona en particular,ha ido experimentando una transformación interior que nos lleva a afirmar con toda convicción que sólo nos salvará el diálogo y el reconocimiento fundado en la fe en aquel que nos hace hermanos, Jesucristo.
Es verdad que hemos pasado por cañadas oscuras, que muchas veces por impotencia hemos tenido la tentación de dejarlo todo y abandonar el camino, que muchas veces las cosas no salen como las hemos planificado o desearíamos que ocurrieran porque hay otras fuerzas contrarias presentes en la cotidianidad que atentan contra la vida y parecieran eclipsar o cerrar las posibilidades de una convivencia pacífica. Por ejemplo, es muy doloroso ver con un arma a un adolescente que ha sido educado en nuestros centros educativos, acompañadoen nuestros centros comunitarios y formado en la fe por nuestras catequesis; pero junto a esto, es profundamente consolador ver a un hombre y a una mujer que gracias a haber vivido un proceso de acompañamiento han encontrado responsablemente su misión en el mundo y se han comprometido en su comunidad.
Estamos en este camino con la certeza que, desde nuestra fe, descubrimos señales alentadoras en medio del pueblo y en nuestros equipos, que nos ponen de pie, nos resitúan en el camino, con la convicción de que estamos donde tenemos que estar, aprendiendo hacer lo que creemos debemos hacer en esta hora que vive nuestro país, tanteando, junto a otros como red social de la iglesia, los caminos siempre abiertos, sabiéndonos siempre necesitados de conversión.
Ante la complejidad de la situación que estamos viviendo, nos acompaña la convicción de fe, de que estamos en un largo proceso de aprendizaje, desmontando prejuicios, rompiendo esquemas y paradigmas de relación, tanto a nivel de las organizaciones como a nivel personal, porque cuando entramos en una actitud de auténtico diálogo con el otro y con la realidad vamos experimentando una transformación interior, un crecimiento que nos sitúa en el horizonte del bien común. Desde esta experiencia, creemos que somos sujeto cabal de diálogo porque nos mueve el interés común, el bien del país, desde una perspectiva incluyente.
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