Tenemos serias razones para desconfiar de las cifras aportadas por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). El que debería ser un organismo de criterio independiente, profesional y responsable ha devenido parte del tinglado de instituciones al servicio de un régimen cuya síntesis es autoritarismo, ineficacia, demagogia y corrupción. No obstante, el anuncio hecho por este organismo acerca del incremento de la pobreza en un 6,1% en 2013, para colocarse en un total general de 27,3%, ha prendido las alarmas de muchos. Pero el INE no nos está diciendo toda la verdad. La pobreza, medida por la capacidad del ingreso para adquirir la canasta básica de bienes y servicios, expresa cifras irreales por cuanto los precios de referencia utilizados para el estudio son los regulados por el gobierno que, como sabemos, son precios ficticios que no reflejan la realidad del mercado. Por otra parte, durante lo que va de 2014 tenemos una inflación anualizada de 60%, escasez de 30% y una caída del PIB de 3%. Esto significa más carestía, desabastecimiento, desempleo y empleo precario; o sea, más pobreza.
Como parcialmente fue reconocido por el ministro Ramírez –cuando acuñó la tristemente célebre afirmación según la cual el modelo económico del régimen ha sido exitoso–, la reducción de la pobreza ha sido producto de la distribución de renta no solo a través de las misiones sociales, sino como parte de una política económica expansiva que estimula la demanda interna, la cual es cubierta con importaciones masivas; mientras se consagran, de hecho si no de propósito, a destruir el aparato productivo nacional. Políticas y programas sociales de corte coyuntural, asistencialistas y electoralistas que, llegada la hora de la crisis, muestran su inconsistencia y endeblez verificándose, literalmente, como “pan para hoy y hambre para mañana”.
La verdad es que vivimos un proceso generalizado de empobrecimiento que evidencia el fracaso del modelo económico y político impuesto por la cúpula chavista en el poder. Este empobrecimiento no se mide solo por el índice de ingreso contra los precios de lo que con él se compra. Se trata de un proceso de deterioro sostenido de la calidad de vida de nuestra gente que va desde ciudades oscuras o apenas iluminadas, en las que se acumula la basura, las moscas y los indigentes que la riegan en procura de mendrugos, hasta el hecho de que todos los días salimos a la calle con el temor de que podemos perder la vida por el motivo más fútil. Se trata también del deterioro de los servicios de electricidad, aguas blancas y servidas, salud, educación, transporte público y un largo etcétera. Una conducta de permisividad frente al atropello y el abuso, estimulada por un discurso autoritario y violento profesado desde las más altas esferas del poder, en el contexto de un cuadro de impunidad del delito y el crimen, va modelando un comportamiento arbitrario y agresivo. Se trata, en definitiva, de un clima de malestar y tensiones sociales reunidas que le roba sosiego y bienestar al pueblo y expectativas de futuro a nuestra juventud.
Un país distinto, sin embargo, es posible, si le proponemos a nuestros compatriotas, con autenticidad y consecuencia, un proyecto que haga compatibles el ejercicio de la democracia, el respeto de los derechos humanos y de las libertades individuales y colectivas, con los logros del progreso, la equidad y la justicia social. Un país en el que el ser humano sea sujeto y destinatario de un desarrollo concebido en armonía con la naturaleza y la preservación del medio ambiente, en el que la política y la ética se fundan en el combate sincero y a fondo contra la pobreza y la exclusión. Para nosotros, un país de este tipo está asociado al impulso de un movimiento de contenido popular, democrático y progresista que se convierta en alternativa de cambio frente al fracaso del actual gobierno y frente a los riesgos de la restauración de un pasado que sigue siendo dramático presente.
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