La escasez de productos básicos en el país desespera a todos los que en él viven. En nuestra ciudad el fenómeno es alarmante. Extensas colas de miembros de la etnia Wayuu arrasan con todo lo regulado y no regulado también. Las limitaciones de las cantidades que puedan comprar la compensan con familiares o no traídos desde barrios y poblados periféricos, incluso de Colombia, que les permiten adquirir mayor volumen.
En principio, todo apunta hacia los guajiros por ser el eslabón de la cadena que aparece visible. No olvidemos que esa actividad la han ejercido desde tiempos remotos, solo que la dirección cambió. Antes era de Colombia hacia Venezuela; hoy es al revés. Con el estoicismo propio de la raza, ignoran las miradas de odio de quienes ven desaparecer los productos en sus manos, pero la verdad es otra. De esos alimentos y productos varios, una ínfima cantidad es por ellos consumida. La gran porción cae en manos de mafias de venezolanos y extranjeros que los financian en una cuasi esclavitud y usura y les proporcionan medios para adquirir y donde almacenar para vender a precios triplicados o sacarlos a Colombia.
En la realidad, son pocos los guajiros económicamente solventes. Y dejemos claro que la historia de nuestras etnias se mueve en el plano de la utilización política como inicio de su degradación. Pero además, los guajiros venezolanos de verdad son pocos; aun cuando tengan cédula de identidad nacional, no tienen concepto de que esta es su patria. Están aislados en sus maltrechas costumbres, que representan solamente la desesperación de subsistir a como dé lugar porque no hay ni ha habido una política de planificación seria y constructiva hacia ellos. La Ley de Pueblos Indígenas es un mamotreto teórico hecho por alijunas para ser leída e interpretada por alijunas, llena de conceptos dogmáticos y rimbombantes que la mente "revolucionaria" pretendió ungir como una solución al abandono y mal trato de siglos.
En el devenir del tiempo, el wayuu se ha aislado en su mundo de pobreza, soportando la mirada de quienes los ven como depredadores, no sabiendo que son simples esclavos modernos de mafias que, aprovechando nuestra debilidad monetaria, el subsidio del Estado y la improductividad bolivariana, hacen negocios fabulosos con las mulas que ayer traían y hoy llevan ante la permisividad de las autoridades.
Por Israel Fernández Amaya /Abogado / La Verdad
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