En la grave y muy azarosa situación que se vive hoy con Donald Trump han quedado al descubierto dos versiones de Gustavo Petro. La primera es la del gobernante que padece del síndrome de Nerón, aquel emperador acusado de haberle prendido fuego a Roma y que quedó inmortalizado en la historia como el ejemplo de que el poder y la megalomanía consumen a los gobernantes.
Eso es lo que piensa, por ejemplo, el expresidente Iván Duque, quien asegura que Petro busca la debacle de las relaciones con Estados Unidos, pues “al no tener legado, quiere ver todo incendiado: las relaciones diplomáticas, el comercio, la seguridad, el acceso al financiamiento. Quiere victimizarse y utilizar esto como un factor de polarización de cara a la elección de 2026”.
Pero hay otro Petro: la versión que él cree de sí mismo. Lo esbozó en Ibagué cuando aseguró que “ya en el mundo no conocen a Colombia por Pablo Escobar, ahora la conocen por Petro”. Y lo reiteró sin ruborizarse este lunes en una entrevista con Daniel Coronell. “Me volveré inolvidable; muchos hombres queremos serlo y a veces no podemos”, dijo en la misma charla, en la que desató de nuevo la ira de la Casa Blanca. “La humanidad tiene una primera salida y es cambiar a Trump, de diversas maneras; puede ser por el mismo Trump, la más fácil. Si no, sacar a Trump”, advirtió.
Ambas versiones del presidente colombiano tienen al país sumido en el peor momento de las relaciones entre ambos países, con un Gobierno descertificado en la lucha antidrogas y a su presidente sin visa y en la Lista Clinton. Y “con pocas probabilidades de mejorar”, como advierte a SEMANA Juan Cruz, exasesor para el Hemisferio Occidental de Trump en su primer mandato.
Petro, sintiendo que puede encarnar al personaje bíblico de David y derrotar a Goliat, abrió un frente de batalla con repercusiones nefastas en un pulso desigual contra el más poderoso del mundo. Una pelea de flechas contra misiles en la que él cree ganar mucho, pero Colombia pierde enormemente. “Las consecuencias para el país son mucho más complicadas y agudas que las consecuencias para Estados Unidos”, asegura Brian Nichols, exsecretario de Estado adjunto para el Hemisferio Occidental de Biden.
Ante este panorama, advierte el expresidente Duque, solo hay una salida. “Se necesita una diplomacia paralela efectiva de todos los que hemos construido y valorado la relación con Estados Unidos para evitar que esto se convierta en una tragedia. Puede que en 2026 cambie el Gobierno, pero va a tomar tiempo restablecer todo lo que Petro ha destruido y hay que evitar que se destruya aún más”.
¿Cómo se llegó a este punto? Este hostigamiento verbal de Petro a Trump no solo enardece al jefe de la Casa Blanca, sino que hoy le es útil y ejemplarizante. Es difícil entender las implicaciones del momento tan crítico y peligroso que vive Colombia frente a Estados Unidos, sin enmarcarlo en el sistema planetario que gira alrededor del sol en que se ha convertido el republicano.
Trump es hoy la persona definitiva en las grandes guerras y problemas del planeta. “Quiero intentar llegar al cielo si es posible”, dijo hace poco. Podría tener méritos para ello, a juicio de expertos: Hamás tuvo que sellar un acuerdo con Israel y devolver a los secuestrados, y la presión de la Casa Blanca está a punto de lograr algo similar en la guerra entre Rusia y Ucrania.
Su tercer frente de batalla internacional es el que más peso tiene en Estados Unidos: la lucha sin cuartel contra las drogas. Solo allí, Trump ha intervenido militarmente y ha llegado a bombardear en el extranjero. Tener a Maduro en el poder era ya un bocado de cardenal, un enemigo perfecto: un déspota, violador de derechos humanos, perseguidor de la oposición, jefe del llamado cartel de los Soles, un criminal con una recompensa de 50 millones de dólares encima, más alta que la que tuvo Osama bin Laden.
Pero si Petro no asoma la cabeza, el despliegue militar en el Caribe habría podido ser interpretado como una forma, debatida, de Estados Unidos para presionar la salida de Maduro. O, como dijo el primer mandatario colombiano, una “excusa ficticia de la extrema derecha para derribar Gobiernos que no les obedecen”.
Pero entonces llegó Petro con una seguidilla de acciones que podrían parecer planeadas para desatar el infierno: devolver los aviones de los migrantes, negar las extradiciones, acusarlo de “genocida” y de “nazi”, pedirles a los militares de Estados Unidos sublevarse y sugerir una salida intempestiva de Trump del poder. Y ese despliegue militar hoy tiene un nuevo escenario: Colombia. Es de este tamaño el giro que dio la tensión, que ya venía bastante mal, entre Petro y Trump.
Durante esta semana, Estados Unidos dejó claro tres elementos muy graves. El primero es que están detrás de la financiación de la campaña y de otros asuntos relacionados con temas de dinero. Esa tesis quedó confirmada con la inclusión del presidente; su esposa, Verónica Alcocer; su hijo Nicolás y su ministro del Interior, Armando Benedetti, en la lista de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), conocida como la Lista Clinton.
A comienzos de semana, el exsubsecretario del Tesoro de Estados Unidos Marshall Billingslea había dicho en el Senado que Venezuela “ha fomentado la plaga socialista que se ha extendido por Latinoamérica” y que “ese dinero venezolano corrupto y sucio es el que financió la campaña de Petro”. Luego lo reiteró el senador republicano Bernie Moreno: “Lo que tenemos en Colombia es un presidente que fue elegido gracias a la ayuda de los carteles de la droga”.

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