
Hoy la verdad se ha convertido en rehén de la propaganda. Desde los extremos ideológicos enfrentados se bombardea a los ciudadanos con medias verdades, rumores y distorsiones que buscan más manipular que informar.
En este escenario, la actitud más responsable no es la ingenuidad ni el cinismo, sino el escepticismo activo: no aceptar nada sin contrastarlo, escuchar distintas versiones, aferrarse a los hechos que permanecen y, sobre todo, evitar convertirse en eslabón de la cadena de falsedades reenviando lo no verificado.
Cada ciudadano tiene en sus manos una tarea modesta, pero decisiva: no ser cómplice de la mentira. En tiempos donde la desinformación pretende anularnos, preservar la lucidez es un verdadero acto de resistencia democrática.
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