La tensión entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el líder del régimen venezolano, Nicolás Maduro, a causa del despliegue militar norteamericano en las costas del Caribe Sur ha vuelto a dividir las aguas en América Latina.
Por La Nación
De un lado, están quienes aplauden el objetivo declarado por el gobierno norteamericano de usar su flota para luchar contra el narcotráfico, e incluso quienes incitan el uso de la violencia armada contra los grupos declarados como terroristas. Por el otro, quienes rechazan una posible injerencia estadounidense en territorio latinoamericano y condenan una supuesta táctica de presión para contribuir a un cambio de régimen en el país del Caribe.
La última vez que el espectro político latinoamericano se separó en facciones tan claras en su postura con respecto a Venezuela fue en 2019, cuando el entonces presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se autoproclamó presidente venezolano en un intento de destituir a Maduro. Entonces, igual que ahora, los países se alinearon en base a la orientación ideológica de su mandatario de turno, algo que en los últimos años cambió en varios países de la región.
“Es el equivalente de dar un martillazo cuando se necesita usar un bisturí”, opinó del despliegue militar el exembajador norteamericano en Panamá John D. Feeley en diálogo con LA NACION.
Si la magnitud del despliegue resulta desproporcionada para la lucha contra el narcotráfico, la intervención directa en Venezuela también parece descartada. En todo caso, “esto puede ser un intento de amedrentar a Maduro, porque la flota desplegada es muy potente, pero no es capaz de llevar a cabo una invasión del tipo Panamá [1989], Irak [2003], o Afganistán [2001]”, explicó Feeley, quien durante su servicio en el Cuerpo de Marines de Estados Unidos solía pilotar precisamente helicópteros de asalto anfibio en despliegues militares similares al que se encuentra en este instante en las costas del régimen.
Por ahora, por lo tanto, ni el objetivo final ni los próximos pasos de la operación norteamericana están claros, pero la discusión política entre quienes se alinean con la “diplomacia del garrote” de Trump y quienes rechazan la muestra de fuerza militar ya está en curso.
Quienes rechazan la injerencia
“Si hay una agresión violenta contra Venezuela, lo que vemos en Siria e Irak será la realidad de toda la región grancolombiana”, publicó el lunes en su cuenta de X el presidente colombiano, Gustavo Petro, en una de sus varias muestras de oposición a la presión norteamericana en el Caribe. “Ni en Panamá, ni en Ecuador, ni en Colombia, ni en Venezuela deben haber sujeciones serviles a extranjeros”, sentenció el mandatario.
“Petro es un fiel defensor de la línea de no intervención, una posición más de izquierda en América Latina. Por lo que no es sorprendente que esté alineado en este punto con Venezuela. También es cierto que hay gestos de acercamiento a Caracas desde hace dos o tres años, una agenda económica binacional, cierta reapertura de las fronteras. Entonces sus críticas a la militarización de Estados Unidos en el Caribe encajan con su discurso y pueden tensar una relación ya bastante delicada con Washington”, dijo Juan Negri, director de la carrera de Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato di Tella, a LA NACION.
El presidente colombiano ha sido una de las voces más firmes de rechazo al despliegue norteamericano, que lo ha llevado incluso, sin haber declarado un apoyo explícito a Maduro, a cooperar con el régimen vecino.
El jueves, Petro informó en sus redes sociales que ordenó la movilización de 25.000 soldados en la región del Catatumbo, ubicada en la frontera con Venezuela, para luchar contra el narcotráfico en coordinación con el régimen venezolano. Maduro agradeció la medida.
Brasil ofrece otro ejemplo de cómo los países se posicionan frente al despliegue según su orientación ideológica. Aunque el presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha evitado pronunciarse de manera explícita, algunos gestos de su gobierno sugieren que también busca privilegiar una postura contraria a la intervención estadounidense.
Por ejemplo, su ministro de Defensa, José Mucio, anunció a fines de agosto que se cancelaron dos operaciones militares coordinadas con el Ejército norteamericano previstas para septiembre y octubre, las llamadas Operación Formosa y Operación Core. Si bien las razones esgrimidas por Brasilia fueron estrictamente económicas, la coincidencia con el despliegue militar en el Caribe parece no ser casual.
Estas medidas, además, se inscriben en la ya tensa relación personal entre Lula y Trump, marcada por una guerra comercial —con la imposición por parte de Estados Unidos de aranceles del 50% a determinadas importaciones brasileñas— y por una disputa política y judicial en torno al caso del supuesto intento de golpe de Estado que involucra al expresidente Jair Bolsonaro, rival de Lula y aliado cercano de Trump.
La relación entre Brasil y Estados Unidos “no tiene cómo empeorar, porque ya no hay relación”, dijo a LA NACION Mónica Hirst, investigadora del Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad de Río de Janeiro y colaboradora del Centro Brasileño de Relaciones Internacionales. “Y no va haber ningún retroceso en la determinación de la Casa Blanca de ignorar y maltratar al actual gobierno brasileño”, agregó.
Por parte de Brasil, la académica considera existe “interés en mantener una vía comercial” que le permita idealmente renegociar las condiciones arancelarias impuestas por Trump.
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