Todo apunta a que en el mejor de los escenarios el país puede aspirar a un crecimiento mediocre y a una inflación que seguirá siendo de tres dígitos
Los venezolanos celebraron la navidad de 2016 sin mayor entusiasmo. Pocos productos en los anaqueles, salarios socavados por el incesante incremento de los precios y temor a perder el empleo en empresas que producen menos. ¿Qué puede cambiar en 2017?
El petróleo
Las exportaciones de petróleo proveen 96 de cada 100 dólares que ingresan al país, por lo tanto, es una variable fundamental y en este aspecto hay señales positivas. El acuerdo entre los países productores de crudo para recortar la producción ha incidido en el precio y analistas esperan que los barriles que vende Venezuela se coticen este año en un promedio de 45 dólares, lo que se traduciría en un incremento de 28,5% respecto al promedio de 2016.
Aunque la producción de PDVSA ha caído, este incremento en el precio del petróleo permitiría detener el recorte de las importaciones. No obstante, importaciones por el orden de 20 millardos de dólares continuarán siendo insuficientes y seguirá la lista de empresas sin suficiente materia prima para producir y comercios con pocos productos.
El déficit
El gobierno gasta en una magnitud que supera al ingreso proveniente del petróleo y la recaudación de impuestos. Para cubrir este gasto que incluye subsidios como un precio artificialmente bajo para la gasolina, aumentos de salario, pensiones, servicios públicos a bajo costo, entre otros, el gobierno le pide al Banco Central que fabrique billetes. Una vez este dinero ingresa a la economía, la demanda aumenta velozmente y hay más bolívares detrás de pocos productos, una mezcla perfecta para que los precios aumenten aceleradamente.
Si bien al ajustar por la inflación el gasto del gobierno se ha reducido en términos reales, es decir, inyecta bolívares que compran menos y el déficit en términos del PIB es de un dígito, lo que recauda en impuestos también sufre el mismo efecto y la brecha sigue impactando las cuentas públicas.
Desequilibrio cambiario
En Venezuela nadie sabe cuánto vale un dólar. El gobierno vende una porción de las divisas a 10 bolívares y otra a 678 bolívares, mientras que en el mercado paralelo la tasa es muy superior (una ley prohíbe divulgarla).
Un diferencial tan grande entre el tipo de cambio oficial de 10 bolívares y las otras tasas se traduce en que la demanda por los dólares baratos es prácticamente infinita y el acceso a estas divisas es lento y difícil. El resultado es que el dólar paralelo es utilizado como guía por las empresas y comercios al momento de calcular los costos de reposición y los precios de una amplia gama de productos y servicios se fija de acuerdo con este indicador.
El gobierno estudia devaluar la tasa de 10 bolívares y llevarla a entre 40 y 50 bolívares por dólar en el primer trimestre. Economistas consultados señalan que esta medida deja intacto el desajuste y la única forma de corregirlo es acabando con el control de cambio y adoptando un precio único para el dólar.
Escasez de dólares
En un entorno donde un tipo de cambio artificialmente barato a 10 bolívares dispara las solicitudes de divisas, el precio del petróleo se recupera, pero no lo suficiente. La producción de PDVSA desciende, hay acuerdos de financiamiento a países aliados que implica que no entran en caja, todo lo que debería obtenerse por las ventas de crudo y los vencimientos de deuda externa aumentan la presión y los dólares no alcanzan.
De acuerdo con la cifra que informó el presidente Nicolás Maduro, en 2016 las empresas privadas utilizaron divisas propias o compradas en el mercado paralelo para realizar importaciones por el orden de 11 millardos de dólares.
Aún si esta cifra se repitiera este año, algo que está por verse, continuaría la escasez de materia prima en las empresas, por lo que no se puede esperar una recuperación de la producción en el sector privado, que es el que más genera puestos de trabajo.
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