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Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

domingo, 22 de mayo de 2016

Brasil y Venezuela: costos de la legitimidad perdida - Por: Marcelo Cantelmi


Los casos de Brasil y Venezuela, de formas diferentes pero a su modo, examinan y constatan las fragilidades de la democracia que subsisten en la región. Esas crisis simultáneas, junto a otros cambios radicales que se han sucedido en este espacio, suelen ser consideradas como la comprobación del final de una etapa hacia la homogeneización de un nuevo modelo de gobierno. La observación, si bien es cierta, señala sólo una parte de la verdad.

Dilma Rousseff fue desplazada del poder no por las razones a las que se abrazan los defensores del exagerado mito socialista brasileño. La mandataria petista edificó gran parte de aquella fragilidad de la democracia y su significado durante la campaña para su reelección de 2014. Tanto la presidente como su mentor Lula da Silva atemorizaron a los votantes sobre los supuestos riegos sociales de un experimento de corte liberal y ajuste en el país que implicaría una victoria opositora. Pero en cuanto Rousseff reasumió el poder, en enero de 2015, hizo precisamente lo que denunciaba y giró abruptamente a una ortodoxia implacable.

No es una originalidad. La ruptura entre el discurso y la acción define desde hace tiempo esta etapa. Es justamente esa deformación la que incendia hoy las calles de París por la rígida reforma laboral pro empresaria que busca imponer el Partido Socialista, votado para no hacerlo, pero sin recursos para mantener el status quo. O lo que tres lustros atrás hizo otro gobierno socialdemócrata pero alemán, el de Gerhard Schroeder con su agenda 2000, que dinamitó el Estado Benefactor germano construido desde la posguerra. Ese paso crucial despejó el camino al poder de la dura centroderechista Angela Merkel evitándole el costo político de la consecuencias de la transformación.

En Brasil, este giro pragmático del emblemático Partido de los Trabajadores disparó una cuota mensual de cien mil desocupados a lo largo del año y medio desde el inicio del segundo gobierno de Rousseff. Los recortes en los programas de contención social fueron parte de los titulares de los diarios. Economistas como Claudio Frischtak reivindican aún hoy ese capítulo en manos del monetarista Joaquim Levy nombrado por Rousseff en Hacienda, "que realizó un ajuste enorme y durísimo de los precios y las tarifas que resolvió muchos problemas".

Esa fuerte ortodoxia, que desconcertó a sus bases, y los enormes fallidos de su primer gobierno, que dispararon la recesión actual, es lo que desplomó la imagen de la mandataria a menos del 10%. Fue esa debilidad de liderazgo, justamente, la que produjo la crisis que le costó el cargo. El mismo Congreso que terminó desplazándola, le saboteó en su momento las legislaciones liberales de ajuste y Levy acabó dimitiendo. Esto sucedió porque Rousseff no era confiable para los sectores que pretendía convencer respecto a mantener y profundizar la reestructuración con el costo social añadido que implicaba.

La desesperación de los legisladores por relevarla y, de paso, armar una puerta trasera a los escándalos de corrupción en que están involucrados, agregó otro elemento a la fragilidad del cuadro que señalamos. Se la removió con un cargo inventado y el agravante de que se rehuyó una salida electoral que era tanto posible de ser llevada adelante, como hubiera sido benéfica para el sistema. Instauraron, en cambio, una alternativa lábil con parecido o menos poder que la anterior e igual destino imprevisible ... sin urnas.

Venezuela. que se asume sorprendentemente como adalid de la defensa de las instituciones por lo ocurrido en Brasil, sintetiza una extraordinaria distorsión dentro de este camino de lasitud democrática. El chavismo configura un Estado que ha abandonado ni siquiera a las escondidas sus responsabilidades básicas de brindar justicia y protección a la sociedad. El descalabrado gobierno de Nicolás Maduro hace, en cambio, el doble de lo que denuncia. Apremiado por una crisis terminal, deriva hacia un despotismo clásico dentro de la peor tradición caudillista latinoamericana, que ignora la voluntad popular, el pensamiento crítico y las calamidades que padece la población. A todo eso les opone la amenaza militar, como sucede en estos días de maniobras castrenses con la excusa de un ataque inverosímil. Son un aviso a quienes en el país se atrevan a desafiar al poder. Las fragilidades de las que hablamos están también en la ausencia casi total en la región de denuncias contra esas prácticas absolutistas.

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