Republica del Zulia

Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

jueves, 11 de febrero de 2016

Dios no proveyó; por Ricardo Hausmann y Miguel Ángel Santos

Venezuela se encuentra en un momento de extrema fragilidad que ya está causando un inmenso daño social y podría devenir en una catástrofe de magnitudes nunca antes vistas si no hacemos algo pronto. Tras diecisiete años de disparates, todos los cimientos del país han cedido en rápida sucesión. Y la solución esta vez va mucho más allá del repertorio de herramientas y respuestas que hemos utilizado en el pasado para resolver nuestras crisis.

Para entender por qué, es bueno repasar los números actuales y recordar cómo llegamos aquí.

En estos tiempos de penuria, parece mentira que hace apenas tres años vivíamos en la abundancia más grande e irresponsable de nuestra historia. En el año 2012 el precio del petróleo promedió 103 dólares por barril. Según el Banco Central de Venezuela (BCV), exportamos 97.340 millones de dólares e importamos, entre bienes y servicios, 75.300 millones.

A pesar de la bonanza, el sector público registró un déficit de 17,5% del PIB, una cifra demencial, totalmente inaudita en un país que debía haber ahorrado su buena suerte para cuando ésta se agotara. Dicho de otra forma, en el último año electoral de Hugo Chávez el gobierno gastó como si el precio del petróleo fuese de 197 dólares por barril. Y la diferencia fue cubierta con una combinación de endeudamiento e impresión de dinero.

Ese año los desequilibrios alcanzaron su clímax, pero los desvaríos venían desde tiempo atrás. Entre 2006 y 2014, en medio de la bonanza petrolera más prolongada de nuestra historia, Venezuela multiplicó por cinco su deuda externa. Mientras tanto, otro países aprovecharon los buenos precios de sus materias primas para fortalecer su balance en moneda extranjera, ya sea reduciendo la deuda externa o acumulando activos internacionales. Kazajistán, por ejemplo, aprovechó las vacas gordas para crear un fondo de ahorro equivalente a siete años de contribución fiscal petrolera.

El gobierno de Venezuela, por el contrario, lo aprovechó para declararle la guerra al sector privado, poniéndose a competir con importaciones baratas, racionándole el acceso a divisas para importar, expropiándolo u ocupándolo, regulándole los precios y márgenes, criminalizando los inventarios e inclusive la exportación y sujetándolo a un sin número de regulaciones que acabaron por extinguir su rentabilidad.

Las consecuencias de esta cadena de políticas en términos de abastecimiento fueron camufladas detrás de un enorme boom de importaciones financiadas con petróleo y deuda. Y así se creó la ilusión del socialismo posible, mientras se debilitaba nuestra capacidad productiva y se hacía al país más vulnerable a una eventual caída del petróleo que hoy se ha materializado.

El año pasado, Venezuela exportó alrededor de 37.000 millones de dólares, algo más de un tercio de nuestras exportaciones del 2012. Por esa razón, apenas pudimos importar 50.000 millones de dólares entre bienes y servicios. Esa caída en importaciones, dada nuestra incapacidad para sustituirlas con producción local, tuvo consecuencias dramáticas en términos de desabastecimiento, colas para adquirir alimentos y medicinas, caída del salario mínimo en 51%, caída en la producción de alrededor de 10% y una inflación superior a 250%.

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