“La ley y la voluntad del Führer son una misma cosa” (Göring) “Nuestra constitución es la voluntad del Führer”. ( Hans Frank, jurista y político, gobernador nazi de la Polonia ocupada)
Las citas son para que no les entre vanidad, pensando que son originales, a algunos de nuestros juristas-mesoneros que sirven a la carta los platos que ordena el Presidente.
La Jerarquía de la Iglesia en esta Semana Santa no imitó a Pilatos lavándose las manos ante la monstruosa condena, sin pruebas, de los comisarios de la policía (¿quién es tan poderoso que impide la creación de la Comisión de la Verdad sobre lo ocurrido en abril de 2002?).
Los obispos tampoco callaron ante los recientes atentados anticonstitucionales contra la descentralización, los atropellos para impedir gobernar a los mandatarios locales no chavistas y la persecución política a Baduel y a Rosales. Al estilo de las dictaduras, todo se concentra en una sola persona.
Venezuela recuerda con gratitud la valiente carta del arzobispo de Caracas Monseñor Arias Blanco en 1957, señalando problemas sociales evidentes ante el triunfalismo dictatorial de Pérez Jiménez. Entonces –y hoy– se produjo la esperada mala reacción gubernamental.
Hace 16 años estaban en la cárcel Hugo Chávez y demás responsables del golpe que produjo más de cien muertos y los representantes de los obispos cumplieron con su deber cristiano visitándolos y velando por sus derechos humanos, y enfrentaron las naturales críticas por defender a “golpistas criminales”. Los presos, que entonces agradecieron a la Iglesia, hoy son carceleros con poder y la insultan por su similar defensa de derechos humanos.
Cada Semana Santa vemos a Pilatos lavarse las manos hipócritamente mientras condena a muerte a Jesús, luego de declararlo inocente. A los criminales les gusta lucir las manos limpias.
Hoy en Venezuela mueren de múltiples maneras los inocentes y la democracia, condenados por Pilatos. Ante el desastre, unos se lavan las manos para ocultar su culpabilidad tras diez años de su ineptitud, desaciertos y corrupción, echando la culpa de lo que sucede en Venezuela a la crisis mundial capitalista.
Pero es nuestro mal gobierno el que, con fórmulas fracasadas, ha llevado en Guayana la producción de aluminio a costos superiores a su precio de venta y el resto de las empresas básicas al matadero de la quiebra. No hay una sola empresa básica o expropiación agropecuaria que haya traído un aumento en la producción; por eso, dependemos como nunca de las importaciones alimentarias.
Se habla de austeridad y de reducción del gasto público, pero el Presidente duplicó el número de ministerios, luego de señalarlo como excesivo, y después añadió un millón de empleados públicos a la ya frondosa burocracia de 1.200.000 empleados y desestimuló la creación de dos millones de nuevos puestos de trabajo por parte de la empresa privada.
¿Dónde está la responsabilidad de que cientos de miles de cooperativas hayan fracasado y sólo menos de 10% sobrevivan con alguna solvencia? ¿De quién es la responsabilidad que en esta década sólo se hayan construido 35.000 viviendas anuales, en lugar de las 125.000 prometidas y necesarias? ¿Dónde está el origen y la inspiración de la inseguridad ciudadana, de la agresividad social, de la intolerancia y de la violencia? ¿Por qué se cultiva la incapacidad de construir juntos y con esfuerzo plural el futuro democrático y social que necesitamos?.
Nada de eso es natural, se ha sembrado el odio, la división entre patriotas y traidores, la calumnia y descalificación. Ahora se lamenta la cosecha de lo sembrado.
Pilatos no sólo está en el Ejecutivo, sino que reina en la sumisión incondicional del Judicial, del Legislativo, de la Fuerza Armada.
Pero Pilatos también está en toda la sociedad. En aquellos líderes y dirigentes que no dan la cara, y también en cada ciudadano que se lava las manos, esperando que otros lo hagan por él. Está también en la indiferencia internacional de organismos y gobiernos, mientras puedan hacer buenos negocios. Para justificarse se preguntarán como Pilatos ¿qué es la verdad?, ¿dónde está la verdad?.
Los inocentes mueren, no tanto por los criminales que los ejecutan directamente, sino por los millones que se lavan las manos. Pilatos, por apego al poder, condenó a muerte al Inocente. Lo cristiano es defender a los inocentes frente al abuso de poder. Analitica.com
Las citas son para que no les entre vanidad, pensando que son originales, a algunos de nuestros juristas-mesoneros que sirven a la carta los platos que ordena el Presidente.
La Jerarquía de la Iglesia en esta Semana Santa no imitó a Pilatos lavándose las manos ante la monstruosa condena, sin pruebas, de los comisarios de la policía (¿quién es tan poderoso que impide la creación de la Comisión de la Verdad sobre lo ocurrido en abril de 2002?).
Los obispos tampoco callaron ante los recientes atentados anticonstitucionales contra la descentralización, los atropellos para impedir gobernar a los mandatarios locales no chavistas y la persecución política a Baduel y a Rosales. Al estilo de las dictaduras, todo se concentra en una sola persona.
Venezuela recuerda con gratitud la valiente carta del arzobispo de Caracas Monseñor Arias Blanco en 1957, señalando problemas sociales evidentes ante el triunfalismo dictatorial de Pérez Jiménez. Entonces –y hoy– se produjo la esperada mala reacción gubernamental.
Hace 16 años estaban en la cárcel Hugo Chávez y demás responsables del golpe que produjo más de cien muertos y los representantes de los obispos cumplieron con su deber cristiano visitándolos y velando por sus derechos humanos, y enfrentaron las naturales críticas por defender a “golpistas criminales”. Los presos, que entonces agradecieron a la Iglesia, hoy son carceleros con poder y la insultan por su similar defensa de derechos humanos.
Cada Semana Santa vemos a Pilatos lavarse las manos hipócritamente mientras condena a muerte a Jesús, luego de declararlo inocente. A los criminales les gusta lucir las manos limpias.
Hoy en Venezuela mueren de múltiples maneras los inocentes y la democracia, condenados por Pilatos. Ante el desastre, unos se lavan las manos para ocultar su culpabilidad tras diez años de su ineptitud, desaciertos y corrupción, echando la culpa de lo que sucede en Venezuela a la crisis mundial capitalista.
Pero es nuestro mal gobierno el que, con fórmulas fracasadas, ha llevado en Guayana la producción de aluminio a costos superiores a su precio de venta y el resto de las empresas básicas al matadero de la quiebra. No hay una sola empresa básica o expropiación agropecuaria que haya traído un aumento en la producción; por eso, dependemos como nunca de las importaciones alimentarias.
Se habla de austeridad y de reducción del gasto público, pero el Presidente duplicó el número de ministerios, luego de señalarlo como excesivo, y después añadió un millón de empleados públicos a la ya frondosa burocracia de 1.200.000 empleados y desestimuló la creación de dos millones de nuevos puestos de trabajo por parte de la empresa privada.
¿Dónde está la responsabilidad de que cientos de miles de cooperativas hayan fracasado y sólo menos de 10% sobrevivan con alguna solvencia? ¿De quién es la responsabilidad que en esta década sólo se hayan construido 35.000 viviendas anuales, en lugar de las 125.000 prometidas y necesarias? ¿Dónde está el origen y la inspiración de la inseguridad ciudadana, de la agresividad social, de la intolerancia y de la violencia? ¿Por qué se cultiva la incapacidad de construir juntos y con esfuerzo plural el futuro democrático y social que necesitamos?.
Nada de eso es natural, se ha sembrado el odio, la división entre patriotas y traidores, la calumnia y descalificación. Ahora se lamenta la cosecha de lo sembrado.
Pilatos no sólo está en el Ejecutivo, sino que reina en la sumisión incondicional del Judicial, del Legislativo, de la Fuerza Armada.
Pero Pilatos también está en toda la sociedad. En aquellos líderes y dirigentes que no dan la cara, y también en cada ciudadano que se lava las manos, esperando que otros lo hagan por él. Está también en la indiferencia internacional de organismos y gobiernos, mientras puedan hacer buenos negocios. Para justificarse se preguntarán como Pilatos ¿qué es la verdad?, ¿dónde está la verdad?.
Los inocentes mueren, no tanto por los criminales que los ejecutan directamente, sino por los millones que se lavan las manos. Pilatos, por apego al poder, condenó a muerte al Inocente. Lo cristiano es defender a los inocentes frente al abuso de poder. Analitica.com
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