Pero no quiero ser injusto. Ni el contralor ni el diputado tienen más culpa que haberle vendido su alma a un soberano traicionero y complaciente que ha corrompido, en el nombre de elevadísimos ideales, todo lo que de noble puede tener la condición de ser un hombre de izquierda a la que yo me siento íntimamente ligado
Me apropio sin rubor deltítulo de una inolvidable película francesa de 1953, una de las pocas que mi padre, en verdad poco aficionado al cine, recordaba con especial agrado. El joven Yves Montand protagonizaba en un clásico del cine blanco y negro.
Pienso en ese título con una mezcla de mucha indignación y mucha tristeza. La clase de combinación de sentimientos que lo arrebola a uno con frecuencia en la Venezuela de estos tiempos.
A ellos se sucede otra vez la esperanza, pero mientras ocurre la transición de un ánimo al otro leo las insólitas declaraciones del contralor, secundadas por las del diputado del PCV Figuera, donde se establece la novísima doctrina de que en la zona de guerra que es Venezuela, no debe saberse cuáles son los pornográficos salarios de los altos funcionarios públicos, para no exponerlos al riesgo de que quién sabe cuál de la bandas criminales que operan en el país los extorsione o, no lo quiera Dios, algo peor.
Afortunadamente para los miembros de la corte boliburguesa de la cual forman parte nuestros descarados declarantes, sus opiniones no serán leídas por el anónimo habitante de cualquier barrio, de cualquiera de las ciudades del país, expuesto al cobro quincenal de peaje para regresar a sus viviendas.
El malandro local en realidad no tiene información precisa sobre el salario de sus víctimas, sólo que algo han de traer en la bolsa. Tampoco se preocupan nuestros bien protegidos funcionarios de las más de 14 mil víctimas anuales del hampa y la violencia sin cuartel a que están expuestos los venezolanos.
Ellos, solamente ellos, denostados servidores de la revolución popular bolivariana, exponentes de los mejores valores de la nacionalidad, cobran el salario del miedo.
Profunda ha sido la transformación de un diputado comunista, heredero de un partido a cuyos dirigentes conocí bien porque crecí con ellos, que se permite declarar lo que declara.
Pedro Ortega Díaz, uno de los últimos mohicanos que murió creyendo que con Chávez se estaba alcanzando el sueño revolucionario, debe descansar intranquilo en su sepulcro. Igual rubor sentirán algunos otros de los patriarcas y fundadores que ya no nos acompañan.
Pero no quiero ser injusto. Ni el contralor ni el diputado tienen más culpa que haberle vendido su alma a un soberano traicionero y complaciente que ha corrompido, en el nombre de elevadísimos ideales, todo lo que de noble puede tener la condición de ser un hombre de izquierda a la que yo me siento íntimamente ligado.
Allá cada uno con su rol en el teatro de reposición de Rebelión en la Granja que hoy se escenifica en Venezuela. Tal Cual digital.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario