Dos familias que aseguran que sus seres queridos fueron acusados injustamente de pertenecer a pandillas violentas y permanecieron detenidos durante más de cuatro meses en la megacárcel de El Salvador celebran ahora que estos hombres estén entre las 252 personas intercambiadas el viernes por el gobierno estadounidense, a cambio de presos políticos y ciudadanos estadounidenses encarcelados en Venezuela.
Las lágrimas corrían por el rostro de Daniela Palma al enterarse de que su novio —quien había recibido en 2023 el estatus de refugiado por parte del gobierno de EEUU en Colombia, junto con ella— había sido finalmente liberado tras meses de lo que ella califica como una “detención injusta”. Por motivos de seguridad, el Miami Herald lo identifica únicamente por sus iniciales, E.M., ante el riesgo de represalias por parte de las autoridades venezolanas.
“La pesadilla terminó”, declaró Palma al Herald. Muchos de los venezolanos enviados al Centro de Internamiento para el Terrorismo (CECOT) de El Salvador tenían solicitudes de asilo pendientes. Pero sus familiares y abogados aseguraron al Herald que nunca tuvieron la oportunidad de presentar sus reclamos ante un tribunal antes de ser deportados. Hoy, su futuro en Venezuela sigue siendo incierto.
“Sabía que solo Dios podía obrar este milagro, y lo hizo”, añadió Palma.
De sobrevivir en Colombia a una amarga experiencia en EEUU
Palma, de 30 años, y su pareja, de 29, llegaron el 8 de enero al Aeropuerto Intercontinental George Bush de Houston, tras vivir dos años en Bogotá. Luego de huir del régimen de Maduro, el gobierno de EEUU les otorgó estatus de refugiados en Colombia en 2023, con la esperanza de reconstruir sus vidas en un entorno seguro. En Bogotá, subsistieron con trabajos informales: vendiendo comida en las calles, haciendo repartos… cualquier cosa que fuera necesaria para sobrevivir.
Pero al llegar a Texas, sus esperanzas se desvanecieron en cuestión de segundos.
Un agente de inmigración le hizo a E.M. una pregunta aparentemente rutinaria: “¿Tiene tatuajes?”. Era la misma pregunta que ya había respondido en Colombia durante un riguroso proceso de selección. Respondió con sinceridad, levantándose la camisa y los pantalones para mostrar tatuajes en el pecho, brazos y piernas: una corona, un balón de fútbol y una palmera.
Ese momento lo cambió todo.
A pesar de no tener antecedentes penales y contar con estatus legal de refugiado, E.M. fue detenido y trasladado a tres centros migratorios distintos en Texas. Las autoridades de inmigración de EEEU interpretaron sus tatuajes como posibles señales de afiliación a pandillas, específicamente al Tren de Aragua, una violenta organización criminal venezolana con presencia en toda América Latina. Finalmente, fue enviado al CECOT como parte de una ofensiva contra presuntos pandilleros.
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