martes, 29 de julio de 2025

La esperanza bajo vigilancia: entre la rabia y la lucha en Venezuela



A un año de la victoria del 28J, la dictadura intenta borrar la verdad. Pero la verdad tiene voz: la de María Corina, la del pueblo, la de un país que no se rinde.

Venezuela es un país de múltiples historias: algunas nos atrevemos a contarlas, otras permanecen en silencio. Sin embargo, hay una que se nos impone por la fuerza de la determinación, una victoria que no queremos callar, que no podemos silenciar, que resulta imposible de anular porque la construimos entre todas las personas: pobres, ricas, profesionales, iletradas, habitantes de barrios y urbanizaciones, chavistas, opositoras y disidentes. Todos. Los venezolanos hemos construido una victoria con el entusiasmo de la democracia, incluso cuando esta proeza se ha forjado en medio de un sistema autoritario, no democrático y totalitario. Es toda una sociedad democrática resistiendo en un entorno de restricciones, basado en el terror. Nuestra victoria el 28 de julio es la demostración de lo que somos capaces como sociedad cuando queremos ser libres.

Quiero centrarme en la voz de una mujer de un barrio cualquiera, como tantas, en el marco de una entrevista de investigación, afirma vivir bajo un sistema que la obliga a elegir entre el silencio o el acoso comunal. Este no es solo un testimonio individual: es el eco de un país que ha sido sometido, vigilado y, sin embargo, se resiste a doblegarse. El silencio terminó siendo una estrategia para sobrevivir, de ninguna manera la obediencia.

“Sentimos arrechera”, dice nuestra amiga. Es la afirmación precisa de lo que significa vivir sin Estado, sin justicia, sin voz, sin libertad. En su comunidad, como en tantas otras, hablar puede costarte el trabajo, la bolsa de comida, el acceso al gas o incluso la libertad. El control social ya no es una amenaza abstracta; es una realidad concreta, administrada por consejos comunales, jefes de calle y plataformas como el Sistema Patria. No es casual: “es un sistema planificado para producir miedo y dependencia.” Estamos frente a un Estado totalitario aniquilando a toda una sociedad, por eso se pasó de una represión selectiva a una masiva.

En el encuentro diario con la gente encontramos que las emociones predominantes de su día a día son: la tristeza, rabia, miedo e incertidumbre. Pero también están claros que no se han rendido. Una expresión reveladora e irónica: “Nos acostumbramos a estirar la arruga”, en referencia a cómo las familias estiran los pocos bolívares que entran al hogar para sobrevivir entre comida, internet, transporte y salud. La economía no se organiza; se improvisa. “Siento que la hambruna del 2017 me respira en la nuca”, es lo que más se escucha decir.

En nuestros barrios, más que vivir, se sobrevive, atrapados entre la represión política y el empobrecimiento material. En el cuchicheo comunitario se conocen casos de personas detenidas por publicar un estado en WhatsApp o simplemente por ir a preguntar por un familiar preso. Las denuncias formales no existen: quien reclama, queda expuesto. En ese clima, los “colaboradores del régimen” operan desde dentro de las comunidades, vigilando y reportando, incluso sin pruebas.

En medio de esta situación de control y miedo, la vida cotidiana se convierte en un acto de resistencia silenciosa. Las personas tejen redes de apoyo invisibles. La solidaridad, el vínculo, es la salvación de estas comunidades empobrecidas y al límite. La memoria de quienes han caído se mantiene viva en el relato oral, en el gesto de no olvidar.

A pesar del peso de la vigilancia, persiste la ética comunitaria: la ayuda mutua, la risa de la convivencia y el encuentro breve, la creatividad para mantenerse vivo, la convicción de que el futuro no está hecho solo de resignación. Nos replegamos en nuestra identidad convivial y resistencia. En las calles, entre vecinos, las conversaciones se llenan de dobles sentidos, pero también de apuestas por un mañana distinto, una esperanza bajo vigilancia pero terca, testaruda, obstinada, porque está hecha con la verdad de un acontecimiento irrefutable: ¡ganamos el 28 de julio!

Así, incluso bajo la sombra del miedo, está la esperanza que se filtra entre las grietas del sistema. No se trata de optimismo ni de negar el sufrimiento, sino de reconocer que, mientras haya alguien dispuesto a luchar, la pelea no está perdida.

Este 28 de julio, a un año de una victoria sin precedente y frente al gran fraude electoral, la historia exige que nuestras voces sigan siendo escuchadas en el mundo, en Venezuela, que la voz de María Corina Machado que es nuestra voz, siga desde la constancia que la caracteriza denunciando y trazando caminos. El silencio no es una opción, la verdad siempre será el camino y requiere voces que la pronuncien. Porque callados no construimos ni obligamos un futuro en libertad.

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