domingo, 8 de junio de 2025

Desarrollo del Espacio Económico Iberoamericano. Principal Obstáculo Hoy: Ideológico


Quijote

Algunos hablan de Iberoamérica, otros de Hispanoamérica, otros de Latinoamérica y otros más de Panamérica. Cada término tiene su significado y su connotación. Iberoamérica se refiere a las regiones que fueron colonias de los países de la península Ibérica —en las cumbres Iberoamericanas, por ejemplo, se convoca tanto a los países que fueron colonias como a sus colonizadores; es decir, Portugal y España—. Hispanoamérica se refiere a los países de América que hablan español; Latinoamérica, a los países americanos que tienen por lengua principal una de origen latino. En este último término están incluidas las naciones que hablan francés, pero excluidas las que hablan inglés. En contraste, el vocablo panamericanismo ha sido usado para hacer referencia a todos los pueblos del hemisferio americano sin importar su lengua o su ascendencia nacional. No podemos ignorar que por debajo de estos inocentes vocablos se han ocultado, en diferentes épocas, deseos de influencia, hegemonía y hasta de dominación sobre la región por parte de ciertas potencias, como Estados Unidos y Francia, y ex potencias, como España.

Iberoamérica es importante hoy por las mismas razones que lo ha sido desde la época del Mercantilismo en el siglo XVI. Iberoamérica es una importante fuente de materias primas, un espacio para las inversiones y un mercado para los servicios financieros y los productos manufacturados. La región fue explotada primero por España, Portugal y Francia y luego por Inglaterra y Estados Unidos.

Durante tres siglos de dominación colonial mucha de la riqueza de España y de Portugal derivó de sus fuentes coloniales. Cuando las perdieron, estos países se convirtieron en los más atrasados de Europa. Estados Unidos puso su granito de arena para expulsar de la región los últimos vestigios del colonialismo español, y al mismo tiempo dominó a Cuba en 1898 y se quedó con más de la mitad del territorio mexicano después de la guerra de 1846-1848. Ni siquiera Inglaterra, que hizo grandes inversiones mineras, petroleras y ferrocarrileras en México y en toda América Latina durante la segunda mitad del siglo XIX, era bienvenida por Estados Unidos en esta región.

Hoy en día, el principal obstáculo para el desarrollo del espacio iberoamericano es básicamente ideológico. Los proyectos de gobierno de los países de la región se diferencian claramente: unos se ubican en la derecha ideológica y otros en la izquierda. Los primeros tienen una visión “globalista” y privatizadora de los recursos naturales para el beneficio casi exclusivo de las élites nacionales y extranjeras. Los segundos tienen un proyecto que persigue recuperar los recursos naturales y usar sus rentas para el bienestar de las mayorías. Esta polarización se fue gestando desde los inicios de las privatizaciones de las empresas del Estado y los recursos naturales en los años 80 y se ha consolidado en años recientes.

El espacio económico iberoamericano en el siglo XX

A partir de la Segunda Guerra Mundial, la hegemonía estadounidense sobre Iberoamérica fue evidente, y el desarrollo de la región quedó supeditado al expansionismo de las corporaciones estadounidenses. Estas hallaron en la región un campo fértil y fácilmente maleable para sus inversiones. Establecieron allí sus subsidiarias y sus distribuidores de productos de marcas estadounidenses. Ford Motor Company, General Motors y Chrysler dominaron el mercado automotor latinoamericano por décadas, e igual lo hicieron en otras áreas las marcas estadounidenses de electrodomésticos, de herramientas, de maquinaria pesada y hasta de prendas de vestir.

Cuando surgieron gobiernos nacionalistas defensores de los recursos naturales para el uso y beneficio prioritario de los nativos de la región, rápidamente fueron eliminados. El caso cubano es ejemplar. Para sobrevivir, Cuba se atrincheró y pidió ayuda a la Unión Soviética. Y con ello abrazó la ideología comunista. Desde entonces la Isla ha sido bloqueada comercial, productiva y financieramente por Estados Unidos. Los bloqueos y la política de sancionar y de aislar a gobiernos rebeldes han prevalecido hasta ahora. El último recurso, pero no por ello el menos usado, para asegurar la obediencia ha sido la invasión. Desde su creación como nación, Estados Unidos ha invadido a más países en América Latina que en ninguna otra región del mundo. En Latinoamérica han efectuado por lo menos 30 invasiones; 20 en el resto del mundo.

Sobre las relaciones económicas entre Estados Unidos y Latinoamérica se puede decir que hay dos grandes etapas. Una que surge después de la Segunda Guerra Mundial, en la que la Unión Americana queda como la principal potencia económica del mundo, produciendo el 50% del Producto Interno Bruto mundial. Y otra que surge a partir de los años 80 con la globalización. En la primera etapa a Estados Unidos le importa exportar y abrir mercados, y se convierte en el paladín del libre mercado. Así, la región latinoamericana se convierte en la importadora de los productos manufacturados estadounidenses, desde herramientas y línea blanca hasta automóviles y bienes de capital. A cambio, América Latina sigue siendo el eterno proveedor de materias primas, cuyo precio siempre tiende a la baja; mientras que el precio de los productos manufacturados importados siempre tiende al alza. Ambos fenómenos son los que explican la tesis del deterioro de los términos de intercambio de Raúl Prebisch.

Este modelo de economía dependiente adquiere una dimensión diferente cuando Estados Unidos empieza a trasladar sus corporaciones, primero, a Hong Kong, Taiwán, Corea y Singapur y, luego, a la mismísima China. Estados Unidos empieza a perder su base industrial en su territorio y también en su área cercana de influencia y comienza a adoptar la financiarización como forma de obtener ganancias a través de préstamos internacionales y de especulaciones financieras e inmobiliarias.

El espacio económico iberoamericano a partir de los años 80

Ahora las manufacturas se producen principalmente en Asia, destacadamente en China. Este país también se convertirá, paulatinamente, en el gran importador de las materias primas de América Latina: China crece a pasos agigantados y su demanda de recursos naturales lo hace también. De esta manera América Latina regresa al modelo primario importador como forma principal de desarrollo. La industrialización lograda en la era de la sustitución de importaciones se detiene y se reconvierte en la de la maquila de procesos productivos del más bajo valor agregado en la división internacional del trabajo.

Como resultado de la dependencia tecnológica y financiera, América Latina se convierte en exportadora de capitales hacia Estados Unidos a través del pago de regalías y de intereses de deudas impagables. Aunque esta dinámica de transferir riqueza desde el sur hacia el norte es de larga data, la novedad está en el aumento del pago por servicios financieros y por el desbalance comercial en el sector de servicios. Dado que el comercio mundial se hace con dólares, para conseguirlos o te endeudas con Estados Unidos o alcanzas un superávit comercial con este país. Los déficit recurrentes derivados del deterioro de los términos del intercambio comercial ocasionaron el endeudamiento externo, que, en los años 80, llevó a los países de la región a la moratoria debido a las subidas imprevistas de las tasa de interés. En otras palabras, durante décadas América Latina ha estado sometida a ciclos dañinos. A periodos de tasas de interés bajas le han sucedido endeudamientos altos de sus empresas y de sus gobernantes. A las repentinas subidas de las tasas de interés le han seguido crisis caracterizadas por devaluaciones, inflación, estancamiento, pobreza, crecimiento de la desigualdad y transferencia de riqueza y salida de capitales hacia los países ricos.

A partir de los años 80 el espacio iberoamericano fue forzado a entrar a la globalización. Sus economías habían estado protegidas desde la posguerra —como muchas economías del mundo, porque habían estado buscando su industrialización—, pero fueron obligadas a abrirse a la competencia mundial comercial, industrial y financiera cuando todavía eran incapaces de competir en igualdad de condiciones. La región iberoamericana rápidamente perdió control sobre sus propios capitales. Estos podían salir libremente y dejar sin recursos financieros a sus países, lo cual provocaría devaluaciones, inflaciones y elevación de las tasas de interés y bancarrotas nacionales. A su vez, los capitales extranjeros podían entrar y adquirir empresas de propiedad nacional hasta en un 100%. Esta libertad se conjugó con uno de los requisitos del Fondo Monetario Internacional para renegociar la deuda latinoamericana de los años 80: privatizar las empresas de propiedad estatal. Con la apertura a la inversión extranjera directa se detuvo la industrialización perseguida durante el periodo de la sustitución de importaciones. Ahora la globalización y la empresa mundial le daban a la región iberoamericana la oportunidad de vincularse si mostraba suficiente competitividad en algunos procesos (y no de bienes) productivos; es decir, si le redituaban a las grandes corporaciones enormes beneficios derivados de salarios bajos, exenciones de impuestos y préstamos preferenciales.

La des-globalización e Iberoamérica

A pesar de que siempre nos dijeron que la globalización era un proceso irreversible, ahora, 30 años más tarde, nos dicen que hay que dar marcha atrás a ese camino e iniciar uno de des-globalización. En este, China y Rusia y otras nacionales que no suscriben el proyecto de dominación estadounidense, quedan excluidos.

La des-globalización incluye la posibilidad del regreso al espacio iberoamericano de las corporaciones que había salido para instalarse en China y en toda Asia. Al offshoring iniciado en los 80 le sigue ahora el nearshoring. Sin embargo, no se ve que en este momento este proceso tenga algún acompañamiento especial de las políticas norteamericanas, como si lo hubo cuando empezaron a migrar a Asia desde los años 60.

El espacio iberoamericano ha tenido sus ciclos de mejoras y de crisis. Las décadas de posguerra fueron los momentos estelares. Esta fue la etapa del desarrollismo latinoamericano, de la industrialización por sustitución de importaciones, de la formación de una clase industrial, más allá de la oligarquía agraria y comercial. Por el contrario, los años 80 fueron una etapa de estallido de la deuda latinoamericana, de crisis recurrentes, más frecuentes y más largas, y de períodos de recuperación y de crecimiento más breves. La región perdió el rumbo que le habían estado marcando los pensadores de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y fue subsumida y arrastrada por el remolino de la globalización económica y financiera, por la fábrica mundial, de la cual pasó a ser un engranaje poco importante. Los años 80 fueron una década perdida para Iberoamérica. En los 90 se reinicia una recuperación lenta, intermitente y pobre, provocada por la incorporación de la región a la dinámica de la maquiladora mundial y por el crecimiento de la demanda de materias primas procedente de China, una economía que había estado creciendo a tasas superiores al 10% anual. Es hasta entonces que la región vuelve a tener un crecimiento significativo.

El problema ideológico

La pobreza y la desigualdad ancestral iberoamericana se han venido agravando debido a las continuas crisis de inflación, a la devaluación, a las altas tasas de interés, al creciente endeudamiento. Todavía Argentina sigue sufriendo de estos fenómenos económicos en los que el Fondo Monetario Internacional ha desempeñado un papel depredador.

La pobreza y la desigualdad han derivado en conflictos entre las clases políticas. Los que se ubican en la derecha ideológica buscan privatizar los recursos naturales para el beneficio casi exclusivo de las élites nacionales y extranjeras. Los que se ubican en la izquierda buscan recuperar la soberanía nacional de los recursos naturales y usar sus rentas en beneficio del bienestar de las mayorías. En la reciente Cumbre de las Américas celebrada en los Ángeles se manifiesta nuevamente esta polarización ideológica que sigue dañando a la región porque sigue postergando el arribo a una opción para el desarrollo de toda la América desde Alaska hasta Tierra del Fuego, a una alternativa capaz de competir con China y con su fortaleza en toda Asia. La opción es clara, o se une toda América para ser autosuficiente en la producción de bienes manufacturados o continúa con su dependencia de China.

La des-globalización puede representar una nueva oportunidad de industrialización para Iberoamérica. La des-globalización podría abrir la posibilidad de una integración de todo el hemisferio americano. Quizás esta vez la integración tenga matices más favorables a los que tuvo cuando Iberoamérica se integró a la economía global a partir de la década de los años 80. Quizás ahora en Iberoamérica se realicen procesos productivos de mayor valor agregado. Quizás ahora haya transferencia de tecnología a la región. Quizás ahora la región invierta más en la formación de tecnólogos e ingenieros. Quizás ahora se impulse la buena enseñanza de las matemáticas y las ciencias básicas desde la primaria. Quizás esta nueva integración no cometa los errores de la anterior: desprecio por el medio ambiente, monopolización, dependencia de fuentes extra hemisféricas, contención de los salarios mínimos, irrespeto por las reglas del comercio y del sistema financiero. Quizás ahora se favorezca la verdadera cooperación en todos los ámbitos —salud, medio ambiental, migración, deuda externa—. Quizás ahora se olviden los rencores ideológicos y desaparezcan los deseos de dominación hegemónica y de sometimiento de unos hacia los otros. Quizás ahora se pueda promover un diseño de integración que disminuya la brecha entre el norte rico y el sur pobre.

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