La agenda política norteamericana de la primera semana de Mr. Trump en la Oficina Oval ha sido y es objeto de intensas polémicas tanto en el ámbito interno de Estados Unidos como también en el exterior, particularmente en nuestro continente, donde Panamá, México y Colombia han sido ya blanco de alusiones que han causado molestias y prendido luces de alarma.
En todo caso, lo primero que es digno de resaltar es la transición civilizada y pacífica entre el gobierno saliente y el entrante, lo cual no impidió que Trump emitiera decretos (Executive Orders) que contradicen radicalmente algunas de las políticas practicadas por la administración Biden. Esto demuestra que el nuevo jefe del Estado pudo tener a su disposición las carpetas respectivas para estampar de una vez su firma.
Lo anterior es un ejemplo digno de tener en cuenta en nuestro país, donde en la actual coyuntura no ha habido ningún amago de negociación para la transición constitucional que corresponde . Ya en el pasado la voluntad popular se ha visto burlada en el caso de gobernaciones de estados ganadas por la oposición a las cuales el gobierno central impuso la designación de unos tales “protectores”, cuya figura es inexistente en nuestra Constitución y quienes de una vez se apropiaron de los recursos presupuestarios para emplearlos en el servicio del régimen.
Hemos constatado que, en el propio interior de Estados Unidos, lejos de finalizar las agrias polémicas preelectorales, estas no solo continúan sino que en algunos casos se han acrecentado tanto por la personalidad de Trump como por el estilo autoritario de su ejercicio, que en algunos casos ya ha tropezado con medidas judiciales restrictivas como ocurrió con la iniciativa de privar de la nacionalidad norteamericana a quienes, habiendo nacido dentro del país, sean hijos de padres indocumentados.
Tal medida no aguantó ni un día el escrutinio judicial cuando un juez federal dictaminó que la misma violaba la normativa constitucional (Enmienda 14) que igual que en Venezuela otorga la nacionalidad y consecuente ciudadanía a todos quienes nazcan dentro del territorio nacional (CRBV art. 33 ord. 1).
En el marco del impacto de las primeras decisiones en otros países sobresalen hasta ahora el decreto de expulsión de inmigrantes ilegales y su controversial devolución a los países de origen, lo cual ya ocasionó la primera gran crisis con Colombia cuando el presidente Petro se negó a aceptar a sus compatriotas deportados, generando una reacción algo exagerada del presidente Trump al imponer altos aranceles a las importaciones provenientes de Colombia, suspensión de visas, cierre de instalaciones consulares, etc., con la capacidad potencial de causar muy serias consecuencias en la economía colombiana.
Lo sorprendente de este caso ha sido el inusitado giro de 180º protagonizado por el presidente Petro, quien en el plazo de pocas horas resolvió dejar sin efecto su decisión de no aceptar a los deportados de su nacionalidad. Quién te ha visto y quién te ve Gustavo Petro, tan desafiante en el discurso y tan genuflexo en la acción.
En todo caso el episodio señalado demuestra también el estilo autoritario de Mr. Trump, quien en medio de una rabieta es capaz de tomar una decisión que pone en peligro la relación entre Estados Unidos y su más tradicional aliado continental Colombia.
En este mismo marco se inscriben las no menos controversiales amenazas de decretar aumento sustancial de aranceles a las importaciones provenientes de México si ese país no adecúa su legislación migratoria a la exigencia norteamericana.
No menos insólita es la afirmación de que «tomarán de vuelta el Canal de Panama” basada en la creencia de que la administración por ese país -hasta ahora eficaz e independiente- amenaza la seguridad nacional de Estados Unidos por sus vínculos comerciales con China.
De la misma manera, con su estilo de “guapo de barrio” amenaza a los países de la OTAN con retirarles el compromiso de defensa si no incrementan sus propios presupuestos al 5% del PIB anual (ahora es 2% y pocos lo cumplen) dejándolos expuestos a una posible agresión por parte de Rusia.
En el marco interno el presidente Trump expresó su propósito de reducir las tasas de interés a fin de dinamizar la economía pero resulta que la Federal Reserve ( Banco Central) y su directiva son independientes, no sujetos a las directivas presidenciales, por cuyo motivo el presidente no tiene la autoridad para influir -y menos ordenar- una decisión exclusiva de otro órgano del Estado. En Estados Unidos parece que no funciona aquello de “dame un millardito” exigido en su momento por el Titán de Sabaneta a nuestro Banco Central, que con su complacencia abrió las puertas a la indisciplina fiscal y la consecuente inflación que nos agobia.
No podemos cerrar estas líneas sin mencionar la orden presidencial de congelar temporalmente todos los desembolsos de fondos federales destinados a la ayuda exterior. Tal decisión es muy celebrada por el ciudadano de a pie que generalmente ignora el complejo entramado de transacciones que en definitiva contribuyen a sustentar el prestigio e influencia de Estados Unidos, lo cual se considera bueno para afianzar la democracia en el mundo, aunque sabemos que algunos de esos fondos van a parar a bolsillos equivocados.
Lamentablemente el límite de un artículo periodístico no nos permite extendernos mucho, pero sí podemos llegar a la conclusión de que el estilo soberbio que caracteriza al señor Trump no parece ser el más adecuado para promover un orden internacional y continental de relaciones genuinas y de consenso, como parece deseable aún para la nación más importante del mundo.
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