Tomada de politica.expansion.mx
Alex Fergusson
El apoyo a la administración Trump por parte de las corporaciones digitales, dueñas de las más grandes plataformas tecnológicas que controlan la big data y los algoritmos de la Inteligencia Artificial (IA), anuncia, para bien o para mal, grandes retos y amenazas para el funcionamiento de la sociedad mundial y para el futuro de las democracias.
Por ahora, se teme que Tesla, SpaceX y X de Elon Musk, además de Google, Amazon, OpenAI y Facebook, podrían tener más capacidad de control sobre las personas del que han tenido hasta ahora, y más libertad para hacer lo que quieran sin responder por las consecuencias, frente a la tecnología de la IA y su impacto sobre la confiabilidad, seguridad y respeto a la privacidad de las redes sociales.
Hay pocas dudas acerca de que la IA podría estar comenzando a modelar el futuro de la humanidad y transformando la idea de democracia que tenemos todavía, por su efecto sobre la reforma de los procesos colectivos de toma de decisiones y su influencia en la acción ciudadana, tal como sugiere un reciente informe de UNESCO.
Según ellos, la proliferación de información manipulada, las fake news y los discursos de odio, la facilidad de los hackeos y la falta de privacidad, así como la incitación al consumo, está dañando profundamente la vida pública, la salud mental de las personas y la buena salud de las democracias.
Así que el anhelo de una ciudadanía bien informada, el acceso al diálogo activo, respetuoso e inteligente, y la sana confrontación entre puntos de vista o ideas distintas o divergentes, requeridos para una democracia fuerte, podría estarse esfumando, junto con el desarrollo del pensamiento crítico.
Está claro que la tecnología no es neutra y refleja los valores de quienes la desarrollan, por lo que podría estar alejándose cada vez más, de su promesa original de “conducirnos por el camino de la igualdad, la inclusión y la felicidad”.
Y es que, pese a los beneficios que nos dicen que tiene (algo que todavía no está claro para la mayoría), como la reducción de errores humanos, las capacidades de ahorro de tiempo, y la asistencia a la toma de decisiones, la IA se ve desafiada por problemas relacionados con el sesgo de los datos en los que se basa, por la garantía de privacidad y protección de datos personales, la ética de la transparencia, la inteligencia emocional, y los efectos socioculturales y económicos de la pérdida de empleos y la nueva configuración del concepto de “el trabajo”.
Quizás, si se puede probar que de verdad funciona, más allá de los discursos entusiastas de las corporaciones digitales, y si se genera la confianza necesaria, la IA tendría un gran potencial para mejorar la eficiencia y la transparencia en el desempeño de las instituciones públicas, a través de la automatización de funciones rutinarias y otros aportes, sin comprometer los valores democráticos, garantizando su compatibilidad, y para favorecer la participación ciudadana no manipulada, que enriquezca el proceso democrático de toma de decisiones.
En todo caso, la prudencia nos dice que habría que asumir un abordaje interdisciplinario y complejo para hacer frente a estos desafíos junto con la definición de claras políticas reguladoras, pues, mientras que hay algunas posibles ventajas de la IA, no podemos ignorar las desventajas relacionadas con el control social, la ciberseguridad y las cuestiones morales y éticas -conocida la experiencia de China- implícitas en la aplicación de la ley, la justicia y la gobernanza, tan importantes en una democracia.
Esto indica que se requerirá un enfoque sistemático, equilibrado y públicamente evaluable de su avance, para maximizar los beneficios que se le atribuyen a la IA y mitigar sus riesgos.
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