Como el sistema socialista es “minuciosamente improductivo” (Carlos Alberto Montaner dixit), entonces, toda coexistencia (o convivencia) con el país o países que lo “procesan”, implica pagar costos que, pueden venir o por la subversión que inevitablemente traslada a gobiernos neutrales o ambiguos, la transferencia de bienes ilícitos vía el contrabando, el narcotráfico o cualquier otro modus de la delincuencia organizada, la extorsión o el chantaje puro simple, sea político, militar o comercial.
Una muestra completísima de tan corrosivo engendro, es el que sufren los países democráticos y capitalistas de Asia Oriental -específicamente Corea del Sur y Japón-, en su relación con la socialista Corea de Norte, país que sobrevive por “servicios políticos” mercenarios prestados a China y Rusia en sus disensos con Estados Unidos, mientras aplica el “chantaje nuclear” a los gobiernos que le adversan, les piratea sus patentes, importa, vía contrabando, cualquier bien canjeable y exporta mano de obra esclava obligada a enviar remesas a casa so pena de castigar a sus familiares que permanecen como rehenes y, de paso, puede pasar el sombrero mendigando ayuda humanitaria si se le ofrece.
Corea del Norte, sin embargo, no ha llegado a utilizar un novedoso método de extorsión, chantaje y subversión que consiste, en forzar al exilio a millones de nacionales hacia a países democráticos abiertos, activos en la lucha contra el socialismo, el totalitarismo y el autoritarismo, tal estrenaron hace un trienio desde Siria hacia Europa los dictadores Vladimir Putin y Bashar Al-Assad y copia con creces y avidez el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, quién, desde mediados del año pasado, ha despachado a sus vecinos de Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Argentina y Chile una cifra cercana a los tres millones de refugiados venezolanos.
Se trata, en realidad, más que de extorsión, chantaje y subversión, de actos de guerra, pues ya puede suponerse la conmoción que genera en la estructura de los países vecinos de Venezuela, y en general, de Sudamérica, la inesperada presencia de cientos de miles de personas que no estaban dateadas, mapeadas, ni calculadas en los índices que evaluaban su crecimiento a futuro.
Y que resulta especialmente desestabilizador cuando se refiere a países pobres, ya de por sí sometidos a las presiones que vienen tras el bajo crecimiento, la escaza productividad, servicios públicos ineficientes y una infraestructura generalmente no disponible sino en las grandes y medianas ciudades y que no alcanza cubrir sino el 10 por ciento del territorio nacional.
En muchos sentidos, una coyuntura no diferente a la que emergió en Europa occidental con la masa de refugiados que Putin y Bashard Al Assad forzaron al exilio desde Siria, si bien recordarse que Europa siempre fue tierra que buscaron emigrantes de todo tipo, y en la actualidad, a pesar de la crisis económica del 2008 que aún no termina, cuenta con recursos para capear la emergencia.
No es el caso de Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Argentina y Chile, países más inscritos en la tradición y cultura de enviar refugiados a otros países y no de recibirlos.
Y entre otros, a Venezuela, el país que durante décadas, y hasta la llegada del socialismo hace 20 años, recibía emigrantes de todo el mundo, porque tenía recursos para ofrecerle y los necesitaba como mano de obra para su desarrollo.
De modo que, ya podemos suponer lo que representa para países tan, o más pobres que Venezuela, y sin cultura ni tradición para recibir emigrantes, saliendo a duras penas de décadas de pobreza por el auge de los precios en las materias primas vividos en los últimos años, luchando por reducir la desigualdad e injusticias sociales y los déficits de todo orden en cuanto a la inversión en salud, educación, transporte e infraestructura, con estos millones de refugiados venezolanos ab portas y exigiendo ubicación en el mercado de trabajo, acceso a los servicios y a la seguridad social.
Y por causas políticas, provocadas y estrictamente diseñadas por la dictadura narcosocialista de Maduro con el objetivo de subvertir la región y lograr que les permitan extender su reinado por largas décadas -y hasta siglos- para fundar una dinastía, tal cual logró la familia Sung en Corea del Norte y los Castros en Cuba en los últimos 60 años, y que no terminará porque mejore la economía venezolana y el país disponga de los bienes necesarios para mantener a los que se han quedado y atraer a los que se han ido, sino que día a día, semana a semana y mes y mes, continuaremos viendo estos enormes contingentes de venezolanos huyendo hacia otras tierras y buscando el alivio, la habitabilidad y la seguridad que siempre tuvieron y les ha arrebatado una tiranía feroz que los desnacionaliza y los obliga a ser un pueblo errante y que busca inserción en otros pueblos.
Leer mas: http://www.costadelsolfm.net/2018/08/26/manuel-malaver-sudamerica-y-el-costo-de-coexistir-con-maduro/
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