La posibilidad de revertir su caída es improbable por lo difícil que resulta reconquistar a gente que se siente engañada con las explicaciones de una crisis cuyo origen está claro hasta para el más fiel de los maduristas. El actual Secretario General de la OEA, amigo del proceso durante años, ha puesto el dedo en la causa del problema: "Toda revolución significa más derechos para más gente, para más personas". El asunto es que aquí es al revés.
Es por eso que muchos venezolanos, vivan acá o afuera, decididos a colocarse del lado de los más débiles, están llegando a la conclusión que este proceso se está diluyendo como una revolución fallida. Nadie, con ideas e ideales progresistas, puede avalar un proceso con un catálogo tan grande de fracasos: más pobreza, más desigualdades, más inseguridad y menos derechos.
Es una falsa revolución aquella en la que un salario mínimo no alcanza para adquirir la lista de útiles escolares y que derrumba la calidad de la educación cuando paga a los maestros salarios de hambre. Es una falsa revolución la que amputa el derecho de los trabajadores a discutir sus contratos colectivos y condena a 80 % de la población a subsistir con un salario mínimo mientras los enchufados se han convertido en una nueva burguesía, buena parte gracias a la corrupción o la asociación con actividades ilegales.
Es una falsa revolución la que condena a Leopoldo López sin debido proceso, sin pruebas y con testigos trucados. Aquella que es incapaz de tratar con hidalguía a estudiantes, agentes policiales y hasta tuiteros que son víctimas de un poder autocrático. La cúpula del régimen aplica la injusticia con la misma falta de garantías que tuvieron los juicios a los insurgentes de la década del sesenta y sin la benevolencia que la democracia le brindó a los golpistas del '92.
Maduro prefiere defender a su plutocracia autoritaria que adoptar las soluciones de fondo que frenen la destrucción del país. Al final del día, asustado por los cañonazos de las encuestas y el indetenible crecimiento del descontento, acude a una serie de operaciones de distracción y falsas soluciones. El Dakazo II ya comenzó a llegar por Puerto Cabello. Barcos cargados con toneladas de carne de res, pollo, arroz, medicinas, cauchos y autoparchos se usarán para tapar, por sesenta días, una escasez y una inflación que volverá a aparecer inmediatamente después de las elecciones.
Son millones los venezolanos que tienen la firme determinación de pasar la página y buscar otros modos para dejar atrás una crisis y una corrupción que no la tiene hoy ningún país de América Latina. La cúpula gubernamental perdió toda credibilidad y en la gente se ha producido no solo un cambio de opinión, sino un cambio de actitud.
La burbuja artificial de Maduro tampoco va a flotar después del 6 de diciembre. Estallará con la simple, pacífica y democrática protesta de un voto.
@garciasim
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