Hoy, 20 de julio, Colombia se viste de gloria. Se cumplen 215 años desde aquel viernes de Mercado en 1810, cuando un Florero se convirtió en símbolo de rebeldía y dignidad. La negativa del español José González Llorente a prestarlo fue el pretexto que encendió la chispa de la independencia. Francisco José de Caldas y Antonio Morales alertaron al pueblo, y la Plaza Mayor se convirtió en escenario de una revolución que culminó con la firma del Acta de Independencia de Santafé.
Pero la historia no termina allí. La gesta libertadora se extendió por años. En 1819, Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander unieron fuerzas en los llanos de Casanare. La victoria en la Batalla de Boyacá selló el destino de la Nueva Granada. Luego vendrían Carabobo en Venezuela y Pichincha en Ecuador, hasta formar la soñada Gran Colombia.
Colombia, patria de Bolívar, también es hoy patria de nuestros hijos. Más de 4 millones de venezolanos han sido acogidos como hermanos, como hijos nacidos de otra tierra que también fue parte de la epopeya bolivariana. Hoy nuestros migrantes se refugian en esta Colombia generosa, que ha extendido su mano sin preguntar por pasaportes, sino por esperanzas.
Desde tierras colombianas nuestros padres, hermanos e hijos sueñan con volver a su país, cuando Venezuela recupere su libertad, no a medias sino total, como la soñó nuestro libertador.
Colombia no se marchita. Su gloria es inmarcesible. Su historia es testimonio de lucha, de unión, de resistencia. Y hoy, más que nunca, su bandera ondea no solo por los héroes del pasado, sino por los pueblos que aún buscan libertad.
Viva la Colombia fraterna, la que jamás podremos olvidar y cantemos como hermanos su himno nacional:
Oh gloria inmarcesible
Oh júbilo inmortal
En surcos de dolores
El bien germina ya.
Bolívar cruza el Ande
Que riega dos Océanos
Espadas cual centellas
Fulguran en Junín.
Centauros indomables
Descienden a los llanos
Y empieza a presentirse
De la epopeya el fin”.
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