En el aniversario de su nacimiento, evocamos la figura inmortal de Carlos Gardel, cuyo nombre completo era Charles Romuald Gardès. Nacido el 11 de diciembre de 1890 en Toulouse, Francia, aunque algunos estudiosos afirman que vio la luz en Tacuarembó, Uruguay, en 1887. Gardel encarna el alma del Tango y la nostalgia de todo un continente.
De tener memoria precisa de cuándo fue que escuché por primera vez un Tango sería difícil recordar, pero estando muy niño los primeros tarareos y tonalidades de esa hermosa música arrabalera que vinieron a mis oídos fueron los de mi Madre Margarita, quien cantaba aquellas canciones venidas del Sur.
Desde joven, Gardel mostró un talento natural para el canto y la guitarra. Se ganó el apodo de "El Morocho del Abasto" y se convirtió en una figura central en la popularización del Tango.
Entre sus canciones más famosas se encuentran "La Cumparsita”. "Caminito” y "Mi Buenos Aires Querido." Además de su carrera musical, Gardel también actuó en varias películas, consolidando su legado como el Zorzal Criollo.
A mi padre Castor nunca le escuché cantar un Tango; a lo sumo los silbaba, pero era un lince bailándolo.
En más de una oportunidad me acercaba a verlo jugar Billar, y a escondida por debajo de la Puerta Batiente del famoso Botiquín Saladillero, que estaba en la Calle El Tránsito, lo veía cómo con el palo del Billar y, al son del Tango “Por una Cabeza” sus amigos, entre cervezas y casi todos cantando, hacían rueda para verlo danzar las canciones del Morocho del Abasto.
Gardel no solo tenía una voz única; tenía una vida de película. Cuentan que, en 1935, tras sufrir una grave afección en las cuerdas vocales, los médicos le prohibieron cantar. Pero el Zorzal, testarudo y apasionado, se encerró a practicar en secreto hasta recuperar su instrumento, demostrando que el Tango era más fuerte que cualquier prescripción.
Esa tenacidad lo llevó de los cafetines de Buenos Aires a los escenarios de París y Nueva York, convirtiéndolo en un mito de su memoria tanguera y gardeliana.

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