También Maduro se siente heredero de un poder divino. Al menos, así actúa. Y desde esa perspectiva, la alternancia política es inadmisible. Es el peor de los pecados. La democracia solo es una forma de traición a su designio supremo, galáctico, infinito. El chavismo es la eternidad. Todo lo demás puede morir. De hecho, eso podría definir su mandato: todo lo demás, debe someterse o morir.
Hace un poco más de un siglo, por estos mismos días de enero, León Tolstói le escribía una larga carta a Nicolás Romanov, zar de Rusia. El escritor cuestionaba la violenta autocracia, legitimada por la religión ortodoxa, y su ceguera abismal, su ignorancia y desdén por la situación real de la inmensa mayoría de los ciudadanos del país. Por supuesto que se trata de un contexto histórico distinto, de unas circunstancias y de un debate ideológico diferente. Tolstói escribe desde y para su tiempo. Pero su mirada crítica sobre un tipo de ejercicio de poder tiene por momentos una gran pertinencia: “lo primero que debe hacer el gobierno –advertía- es acabar con el yugo que le impide al pueblo expresar sus deseos y sus necesidades. No se puede hacer el bien a una persona a la que tenemos amordazada para no oir qué es lo que quiere para su propio bien”.
Aquí, en el Caribe y en este 2020, el año ha comenzado justamente con un feroz ataque del emperador y de su corte para evitar –de cualquier manera y a cualquier costo- que el pueblo se exprese, que la mayoría de los venezolanos digan qué necesitan y qué quieren. Esa parece ser la razón fundamental que brilla detrás de todo el absurdo de estos días: evitar que la oposición se mantenga en el parlamento y designe un nuevo Consejo Electoral, un árbitro imparcial y equilibrado, capaz de llevar adelante un desenlace electoral a la crisis del país.
El 5 de enero se inició el show maratónico más asombroso y patético que ha existido en nuestra historia. Luis Parra y su grupete han dedicado dos semanas a un festival retro, logrando una sorprendente imitación de los tres chiflados, antiguo programa de comedia televisivo, centrado en el disparate, las confusiones, los gritos y las cachetadas. Nunca antes el chavismo mostró su juego de forma tan burda y precaria: Francisco Torrealba dándole órdenes a la “nueva oposición” en pleno hemiciclo; los colectivos atacando a diputados y agrediendo y robando a los trabajadores de la prensa; Diosdado Cabello haciéndose el bambi y diciendo que el problema solo es un conflicto entre bandos opositores; Maduro haciéndose el ruso, tratando de fingir que es un estadista independiente y pidiéndole a las autoridades que intervengan en esa diatriba interna del parlamento; José Brito aparentando que es un militante honesto y preocupado, llegando con varios extras vestidos de amarillo y sin libreto; Timoteo Zambrano pujando una cara de yonofui y simulando que es un adversario del régimen; Rodríguez Zapatero resucitando y tratando de actuar de pronto como si no fuera Rodríguez Zapatero… Todo parece una telenovela barata y mal improvisada.
Por un instante, es difícil creer que detrás de estas pantomimas hay una estrategia bien razonada y articulada. La filtración de la llamada telefónica del diputado Noriega, contando cómo recibió 700 mil dólares, solo es un testimonio más entre otros. El “detrás de cámaras” del 5 de enero es tan escandaloso y grotesco como la delirante película.
Pero Nicolás Maduro no quiere que lo llamen “dictador”. Le molesta. Su régimen invade y ocupa las instituciones; impide la representación y el voto; reprime y censura; secuestra, encarcela, asesina a ciudadanos sin ninguna contemplación legal… pero no puede ser considerado una dictadura. Son una élite que ya se acostumbró a ejercer la crueldad con absoluta naturalidad. Ya no ven la miseria del país. O si la ven, no les importa. Viven en la ética de los bodegones. Dolarizan la soberanía y carajean a los excluidos. Usan sin pudor a los pobres. Están dispuestos a hacer cualquier cosa para acabar con cualquier disidencia. Y encima todavía pretenden que los llamen y los consideren democráticos, revolucionarios, bolivarianos.
Pero se equivocan cuando piensan que pueden engañar a todos los demás. Se equivocan cuando creen que el pueblo los mira y los valora como ellos se miran y se valoran a sí mismos. Tal vez por eso siguen apostándole a la provocación, a la guerra. Juegan todo el tiempo con el límite de la violencia. Tanto que a veces, incluso, da la impresión de que parecen empeñados en que todo el mundo termine creyendo que la única solución posible son los drones. Se mantienen en una frontera delicada y perversa: ejercen el terror y después pretenden frivolizarlo.
“Se puede oprimir al pueblo con medidas violentas. Pero no se puede gobernar con ellas”. Le escribía Tosltói a Nicolás el 16 de enero de 1902
Pero se equivocan cuando piensan que pueden engañar a todos los demás. Se equivocan cuando creen que el pueblo los mira y los valora como ellos se miran y se valoran a sí mismos. Tal vez por eso siguen apostándole a la provocación, a la guerra. Juegan todo el tiempo con el límite de la violencia. Tanto que a veces, incluso, da la impresión de que parecen empeñados en que todo el mundo termine creyendo que la única solución posible son los drones. Se mantienen en una frontera delicada y perversa: ejercen el terror y después pretenden frivolizarlo
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