Nicolás Maduro se subió al avión para iniciar un viaje, bautizado con la habitual petulancia revolucionaria como la "gira internacional relámpago", tan sorpresivo como conveniente. A su espalda dejaba a un país a punto de ebullición, al que sólo le faltaban unos cuantos grados más para comenzar a hervir.
El Consejo Nacional Electoral (CNE) esperó con paciencia la partida del presidente para soltar una de las grandes bombas incendiarias del año y "asesinar", según el presidente de la Asamblea Nacional, el proceso revocatorio, que se concibió como una de las joyas constitucionales de la Carta Magna bolivariana y que se ha convertido hoy en el principal enemigo para el presente y el futuro de la revolución.
"Les hago un llamado al diálogo, no se vuelvan locos", disparó el "hijo de Chávez" contra la oposición desde Asia antes de asegurar que está decidido a luchar con todas sus fuerzas para salvaguardar la Navidad de los venezolanos.
Por el cerrojo chavista, la oposición llama a la "Toma de Venezuela"
Maduro sabía lo que estaba a punto de suceder: el paso hacia delante de una oposición, que convocó una serie de protestas desde hoy mismo y que tendrán su cenit el miércoles con la llamada "Toma de Venezuela".
Durante meses, el oficialismo apretó paso a paso, semana a semana, para estrangular a la oposición y mantener así el poder. Si Venezuela se hiciera una radiografía, el diagnóstico final asustaría al más sano de los demócratas: el referéndum revocatorio aparece bloqueado sine die por el CNE a instancias de tribunales que cumplen órdenes de cinco gobernadores chavistas; las elecciones regionales fueron retrasadas medio año para evitar la hecatombe que adelantan las encuestas, y la Asamblea Nacional (votada en diciembre pasado) sobrevive a duras penas anulada por el Tribunal Supremo revolucionario, entre apagones eléctricos y sin el dinero que le debe el Estado.
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