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Julio Portillo: Necesitamos entonces promover el regionalismo como protesta al excesivo centralismo en todos los órdenes. Tenemos que despertar la conciencia política de la provincia.

miércoles, 18 de julio de 2018

A Trump le gustan los tiranos, salvo los latinoamericanos Por MICHAEL SHIFTER y DAVID TOPPELBERG

Donald Trump, presidente de Estados Unidos, el 16 de julio de 2018 en Helsinki y, a la derecha, el presidente de Venezuela Nicolás Maduro en Caracas el 17 de mayo del mismo año Credit Brendan Smialowski/Agence France-Presse — Getty Images; Carlos Jasso, vía Reuters

Desde que hace dieciocho meses Donald Trump tomó posesión como presidente de Estados Unidos, los analistas han hablado de su aparente afinidad con los tiranos. Como escribió Thomas L. Friedman, columnista de The New York Times: “Trump […] parece preferir a los dictadores que a los aliados democráticos que tenemos en todas partes”. Esto no quiere decir, por supuesto, que Trump no tenga buenas relaciones con mandatarios democráticos, como el caso de Emmanuel Macron, el presidente de Francia.

Sin embargo, da la impresión de que el presidente estadounidense les tiene más respeto y se siente más cómodo con líderes autoritarios como Rodrigo Duterte de Filipinas, Abdulfatah el Sisi de Egipto y, claro, Vladimir Putin de Rusia. En resumen, los políticos autocráticos tienen una ventaja.

La cumbre en Singapur del 12 de junio entre Trump y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, provocó reacciones particularmente fuertes. En una entrevista reciente, la periodista rusoestadounidense Masha Gessen hizo eco de la opinión de Friedman y dijo que Trump “tiene un deseo desesperado por agradar y ser reconocido por los dictadores del mundo”. Se espera que en los próximos días, después de la reunión de hoy con Putin en Helsinki, se genere otra discusión intensa sobre la preferencia del presidente Trump por los líderes antidemocráticos.

Sin embargo, hay una excepción flagrante en este patrón perturbador: Trump parece detestar a los tiranos solo cuando son de América Latina. En relación con Cuba, Trump interrumpió la reconciliación diplomática —el legado más importante del presidente Barack Obama en la región— con nuevas sanciones “hasta que se restauren las libertades” en la isla. Poco después de las elecciones presidenciales en las que ganó la presidencia, en 2016, Trump celebró la muerte del dictador cubano Fidel Castro y ha usado un discurso agresivo contra el hermano de Fidel, Raúl, quien dejó la presidencia en abril, pero aún tiene mucho poder.

Esta excepción también es evidente en Venezuela, donde se vive una situación desesperada y casi dos décadas de gobierno cada vez más dictatorial culminaron con el robo descarado de las elecciones en mayo (aunque el presidente estadounidense condenó, con razón, la farsa de las elecciones venezolanas, llamó a Putin para felicitarlo por su reelección dos meses antes). De hecho, según se ha dado a conocer, Trump contempló la posibilidad de invadir Venezuela para quitar del poder a Nicolás Maduro. Por fortuna, los asesores de la Casa Blanca y los líderes de América Latina le advirtieron en varias ocasiones al presidente estadounidense que lanzar amenazas de una acción militar sería insensato y contraproducente.

Los presidentes de Estados Unidos y Rusia, Donald Trump y Vladimir Putin, se dan la mano en una conferencia de prensa conjunta después de su reunión en Helsinki el 16 de julio de 2018. Credit Chris Mcgrath/Getty Images

Aunque Trump no es conocido por su coherencia, da la impresión de que considera que la región es un terreno fértil para imponer su voluntad a cualquier costo, como si fuera su prerrogativa estratégica y el “patio trasero” de Estados Unidos. Una mentalidad así de anacrónica es un gran revés para la tendencia, muy bienvenida, que se puso en práctica después de la Guerra Fría: los países de la región son socios en igualdad de condiciones.

En febrero, por ejemplo, el entonces secretario de Estado Rex Tillerson dijo que la doctrina Monroe —creada de manera unilateral en 1823, asumía que la región era un área de influencia exclusiva de Estados Unidos y a menudo se usaba para justificar el intervencionismo estadounidense en América Latina— era “tan relevante ahora como el día en el que fue redactada”; aunque, paradójicamente, calificó de “imperial” la influencia cada vez mayor de China en la región.

Trump debe ser elogiado por confrontar a los tiranos de América Latina. Sin embargo, si al mismo tiempo resucita el impulso por la unilateralidad y es indiferente a las necesidades e inquietudes de la región, dificulta aún más el inicio del cambio democrático que, en teoría, busca.

Es difícil reconciliar la aprobación de Trump a los tiranos del mundo con su preocupación por la democracia en Venezuela y Cuba.

La agresividad retórica del presidente estadounidense hacia América Latina puede ser consecuencia, en buena medida, de las presiones de la política de Estados Unidos sobre la política internacional, en especial la que se relaciona con nuestros vecinos del sur. La campaña de Trump de 2016 se construyó sobre la demonización de muchos países latinoamericanos —México en particular— por provocar desde superávits comerciales “injustos” hasta crímenes.

Leer mas: https://www.nytimes.com/es/2018/07/16/opinion-trump-lideres-autoritarios-america-latina/

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