El principio básico de toda democracia se sostiene en que la mayoría decide y la minoría acata.
El
madurismo, sin embargo, hoy pretende lo contrario. Pretende imponernos
una Asamblea Constituyente rechazada al menos por el 80 por ciento de
los venezolanos, quienes consideran que ahora no hay otra urgencia como
no sea la de salir del régimen que nos oprime y empobrece desde hace
tiempo.
Porque, amigo lector, el origen de nuestros problemas está
en el actual régimen. No hay otras causas, luego de 18 años de
desgobierno ineficiente y corrupto. Todo lo que nos afecta es producto
del modelo que se ha tratado de imponer, ya fracasado en otras partes
del mundo: el modelo socialista y comunista.
Y es que no hay que
hacer mucho esfuerzo para entender por qué razones los venezolanos hemos
llegado a esta situación calamitosa, sin comida, sin seguridad, alto
costo de la vida y colapso general de los servicios públicos, aparte de
la destrucción de las instituciones democráticas. La causa es,
precisamente, el modelo chavomadurista que arruina a Venezuela desde
1999.
Hay que entender que las políticas públicas condicionan la
economía y la marcha de la sociedad en todos los aspectos. No hay manera
de desvincularlas, porque todo está sujeto a las políticas que se
ejecuten desde el poder. Si esas políticas son acertadas, el país
progresa y se desarrolla. Si son equivocadas, el país se arruina y
empobrece. Y si son fatalmente equivocadas, como ahora sucede en
Venezuela, sus consecuencias son terribles en todo sentido.
Las
políticas públicas lo determinan todo. Por eso constituye una solemne
estupidez cuando una persona afirma que no depende de la política, sino
de su trabajo. La verdad es que, sea cual sea su trabajo, al final todo
lo condicionan las políticas públicas. Porque si esas políticas son
erróneas entonces destruyen los empleos, las inversiones, la
productividad y sus efectos nos terminan afectando a todos. La política
lo condiciona todo, incluyendo si a usted le recogen o no la basura o
sufre apagones a cada rato. Así de simple.
La indiferencia,
insensibilidad o estolidez de algunos frente a la tragedia que sufrimos
contribuyen entonces a profundizar la terrible crisis que hoy sufre
Venezuela. Lo peor es que quienes piensan que manteniéndose al margen
podrían estar a salvo, están muy equivocados y, si esto sigue como va,
con su irresponsable actitud condenan a sus hijos y nietos a vivir en un
país arruinado, por lo que seguramente estos los maldecirán en el
futuro.
Y hoy estamos precisamente en este punto de inflexión de
la historia de Venezuela. El régimen madurista, huérfano de apoyo
popular y, lo que es más grave aún, con un rechazo colectivo de más de
85 por ciento según las últimas encuestas serias, pretende perpetuarse
en el poder, menospreciando la opinión de la gran mayoría de los
venezolanos y asesinando e hiriendo a nuestros jóvenes estudiantes,
aparte de miles de detenidos sin razón.
En ese perverso empeño no
les ha importado violar la Constitución de 1999, “la mejor del mundo”,
según su “comandante eterno” (con lo cual demuestran que Chávez ya no
los comanda, ni tampoco era eterno, a fin de cuentas). Pero hay más
todavía: no sólo violan aquel legado constitucional de su extinto jefe,
sino que ahora quieren cambiarla por otra Constitución, lo que no deja
de ser una traición a quien los dejó en el poder en 2013.
En todo
caso, la felonía del madurismo no sólo traiciona a su extinto jefe, sino
al país entero, pues pretenden hacer una nueva Constitución sin
consultar al pueblo venezolano. Peor aún: pretenden eliminar el voto
directo, universal y secreto sustituyéndolo por votos corporativos de
acuerdo con sus intereses, en lo que constituye una práctica fascista de
la Italia de los años treinta del siglo pasado.
Y no sólo eso:
han armado una estructura fraudulenta de elección de los diputados
constituyentistas donde la minoría se impone a la mayoría. Así, por
ejemplo, los municipios menos poblados tendrían más representantes que
los municipios más poblados, lo que resulta contrario a todo principio
democrático y de respeto a la soberanía popular.
Por todas estas
razones hay que rechazar esa Constituyente fraudulenta y espuria.
Llegado el caso, también hay que desconocer sus decisiones, pues no
representan la voluntad popular. Los artículos 5, 333 y 350 de la
Constitución actual nos obligan y autorizan a no aceptar de ninguna
manera todo aquello que llegare a decidir esa Constituyente fraudulenta,
en el caso de que así lo pretendan.
Nos asiste, además, la razón porque en una democracia la mayoría decide y la minoría acata. Y punto.
@gehardcartay
http://www.costadelsolfm.net/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario